¡No estamos locos! ¡Sabemos lo que queremos!

Los aficionados, aunque menos, siguen haciendo seis horas de espera en la carretera para ver pasar a los ciclistas unos pocos segundos

Algunos aficionados siguen madrugando para ver a los ciclistas

Algunos aficionados siguen madrugando para ver a los ciclistas / EFE

Sergi López-Egea

Sergi López-Egea

¡No estamos locos! ¡Sabemos lo que queremos! Son menos este año porque por culpa de la pandemia el acceso a las salidas y las metas está restringido y además, después del descontrol que hubo en el Peyresourde, la organización y la Gendarmería se han puesto muy duros para limitar la presencia de los espectadores en las grandes cimas del Tour 2020.

Pero ahí están ellos, y aunque estos últimos días se ha visto un uso más responsable de la mascarilla, algo que es de agradecer, todavía se ven a algunos aficionados como si el covid-19 no les afectara en nada. Ser seguidor de ciclismo tiene un valor añadido a serlo de cualquier otro deporte, aunque en este caso no tengas que sacar la tarjeta de crédito para comprar una localidad. Aquí nadie paga. Es pecado mortal cobrar por ver pasar el pelotón, una norma que no solo cumple el Tour, como abanderado de este deporte, sino el resto de carreras, incluidas el Giro y la Vuelta.

Y una vez cobraron

Una vez, a los responsables de la estación de esquí de turno les dio por cobrar entrada a los espectadores. Se forraron, pero el cabreo del Tour fue tan monumental que la carrera nunca regresó a ese enclave. El ciclismo tiene un don que no posee ningún otro deporte. Si eres fan de Leo Messi, por citar a un deportista de moda, y quieres verlo en vivo y en directo no te toca otro remedio que rascarte el bolsillo. Si viajas a Estados Unidos, ojalá pueda volverse a hacer lo más pronto posible, y quieres ver un partido de la NBA, no te tocará otro remedio que pasar por taquilla, si tienes la bendita suerte de encontrar una localidad disponible. Y lo mismo sucede en cualquier circuito o cancha repartida por el planeta si hay carrera de motos, de coches o torneo tenístico.

Aquí es gratis. El señor Primoz Roglic, líder del Tour, puede pasar por delante de tu casa, frente al aparcamiento de tu coche, debajo de tu balcón o por la calle donde sacas al perro a hacer caquita. Y eso nunca lo harán Messi, Hamilton, Márquez, los Gasol o Nadal, por citar a algunas estrellas del deporte que glosan su fama bajo el encierro de un escenario deportivo.

La estadística del sacrificio

El Tour sacó hace unos años una estadística del sacrificio que representaba presenciar en directo una etapa del Tour y calcularon que un aficionado que permanece en la carretera para ver pasar al pelotón durante 15 segundos a un promedio de 40 kilómetros por hora, se ha pasado unas seis horas apostado en la cuneta, al margen de los kilómetros que habrá realizado para llegar al lugar escogido, si no ha tenido la suerte de la visita debajo de su casa, y del embotellamiento que se va a tragar, como dos y dos son cuatro, tras el paso de los corredores.

Por eso, el Tour es una religión. Y por idéntica causa tú, como organizador de la ronda francesa, podías vetar el acceso a las salidas y a los llegadas pero no la presencia de público en carreteras, pueblos y ciudades, a no ser que se desplegasen todos los efectivos de la Guardia Republicana Francesa.

El pasado domingo, en Culoz, al pie del Grand Colombier, había seguidores desde primera hora de la mañana. Allí fue donde el Tour ubicó sus instalaciones provisionales, su oficina o permanente y la sala de prensa, donde aparcaron la flota de automóviles y autocares de los equipos, y donde también se ubicaron las cabinas televisivas debido al mínimo espacio que había en la cumbre.

A las 10 de la mañana, en la ruta del Tour

Los aficionados ya estaban a las 10 de la mañana, cuando el pelotón tirado por el Jumbo pasó hacia las 16.30 horas. ¿Y qué hacen durante tanto y tanto tiempo? Se llevan la comida, unas sillas a ser posible, por supuesto el móvil para ir siguiendo la carrera online, localizan una zona cercana donde esté permitido evacuar líquidos del cuerpo y se ponen de acuerdo para no perder el lugar escogido, porque ya sería triste perder la 'pole position' en la carretera porque te están orinando.

Son muchas horas con la mascarilla puesta, donde el seguidor acude con una vieja camiseta del Tour de ediciones anteriores, porque este año cuesta más adquirir reliquias ya que la caravana publicitaria -otro entretenimiento- pasa una hora y media o dos horas antes que los corredores, pero en el Tour de los enmascarados y el coronavirus, no se detienen, si acaso tiran la publicidad, para repartir regalos que, sinceramente, no valen para mucho, pero que hacen las delicias de los más pequeños y por lo menos sirve para que se entretengan y no den la paliza con la pregunta, en cualquier idioma, de si falta mucho para que lleguen los corredores.

Y no se les ve

A 40 por hora cuesta mucho identificarlos, van tan rápidos que apenas lo ves, si acaso al jersey amarillo, a Roglic, que pasa en tercera posición del grupo, y si descubres a dos corredores azules juntos, pues no pueden ser otros que Valverde y Mas. Con el casco, además, resulta más difícil todavía saber de que ciclista se trata y no hay tiempo para comprobar la identidad mirando el dorsal que llevan a la espalda.

Pero el colmo de los colmos es coger el móvil y estar más pendiente de grabar los 15 minutos en los que tienes al pelotón delante tuyo, que verlos frente a tí, aplaudirlos y hasta chillar el nombre de tu corredor preferido aunque él difícilmente te pueda oír. Recuerdo, hace cuatro años, estar situado al final del famoso tramo del Carrefour de l'Arbre, en la París-Roubaix, cuando pasó el grupo de escapados donde iba Imanol Erviti. Pasó tan cerca que fue obligado chillar aquello de "¡Aúpa Imanol!". ¿Me habrá oído? Y al ir a hablar con él, cuando se podía hacer, junto al autocar del Movistar, el ciclista exclamó. "¡Ah! fuiste tú". Lo había oído. ¡Aleluya!