Un adiós alpino en fraternidad

Kwiatkowski y Carapaz cruzan celebran el triunfo de Ineos

Kwiatkowski y Carapaz cruzan celebran el triunfo de Ineos / AFP

Sergi López-Egea

Sergi López-Egea

No fue lo mismo de 1986 porque entonces la meta era la de Alpe d’Huez, y eso son palabras mayores en el Tour, y porque los protagonistas eran el ganador saliente, Bernard Hinault, y el que estaba llamado a llegar de amarillo a París y que no era otro que Greg Lemond.

No fue lo mismo, porque de hecho, el equipo protagonista era el todopoderoso Ineos, antes Sky, la escuadra que ha ganado todos los Tours desde el 2012 si se exceptúa el del 2014. Y era este año un conjunto perdedor más que ganador. Y porque de hecho, pese a la exhibición en la despedida alpina, era un abrazo que solo servía para apagar el incendio de una derrota camino de los Campos Elíseos y de un equipo con sus estrellas divididas y separadas. Desaparecidos en combate tanto Chris Froome (Tours del 2013, 2015, 2016 y 2017) como Geraint Thomas (Tour del 2018) y retirado Egan Bernal (Tour del 2019) a la escuadra británica no le quedaba otra opción que ir a por etapas, ni una llevaba, como tantos otros equipos rivales, en esta ronda francesa que domina a placer Primoz Roglic.

Michal Kwiatkowski, el ciclista polaco que se proclamó en Ponferrada campeón del mundo del 2014, llegó a la meta junto a Richard Carapaz, el ciclista ecuatoriano que hace un año, siendo corredor del Movistar, se adjudicó el Giro. Bien se podría decir que la reacción de Carapaz llegó, aunque rápida, demasiado tarde, escapado cada día en los Alpes, peleón como el que más, inconformista ciento por ciento, magnífico escalador al que habría que preguntar -por supuesto a su equipo- ¿dónde estaba en este Tour? ¿Por qué apareció tan tarde? Y si no habría valido la pena protegerlo un poco más, animarlo hasta la saciedad, porque podía haber sido el segundo  corredor válido para  la general ante un fallo de Bernal.

Fueron abrazos y aplausos entre ellos, porque la filosofía ciclista no permite. a diferencia de otros deportes que se practican con ruedas, aunque con gasolina y motor, a dos compañeros de equipo disputarse la victoria como si la vida les fuese en ello. Y, de hecho, hasta se podría decir que Carapaz tuvo muy mala suerte de que su compañero polaco aguantase tanto y tan bien cuando igual lo normal habría sido que superado el impresionante Plateau des Glières, el último puerto de categoría especial de este Tour, se descolgase y dejase a Carapaz solo ante la gloria una vez estaba constatado que el grupo de Roglic, con Mikel Landa y Enric Mas, que se peleaba por redistribuir la general desde el puesto cuarto, no los iba a alcanzar aunque se les cayese el cielo sobre sus cabezas.

Rey de la montaña

Tanta fuga, tanto coraje en las cimas, recompensó a Carapaz, hijo de campesinos, el chico que creció junto a la frontera colombiana escuchando por la radio y viendo por la tele las gestas de los escarabajos vecinos, con el reinado de la montaña para que a París pueda llegar vestido con el jersey a lunares un escalador de postín, con cara y ojos, aunque solo con dos puntos de ventaja sobre Tadej Pogacar una subida final, el sábado, en plan cronoescalada, a la Planche des Belles Filles que puede acabar de definir lo poco que parece quedar en juego en el Tour de los eslovenos. «Ya que he conquistado este jersey ahora se tratará de buscar la mejor estrategia para defenderlo en la contrarreloj», dijo Carapaz, un hombre libre en los Alpes, un ciclista que hasta pareció que no le hizo gracia entregar la etapa a su compañero. Pero era la ley del ciclismo, no siempre justa para quienes como Carapaz se merecían un triunfo.

En el Tour de los eslovenos y en el Plateau des Glières sacó todo su genio Landa para atacar, ¡alelulya, aleluya, alguien que ataca a decenas de kilómetros de una meta! Fue la única ofensiva, más alla de la zona de vallas, exceptuando a Pogacar en el Peyresourde, que se ha visto en este Tour. La furia le sirvió para ascender hasta la quinta plaza de la general y descolgar a los más débiles del día, Adam Yates y Rigo Urán. Pero con el ejército salvaje de Roglic por detrás y como locos cualquier otro objetivo era una llamada al fracaso.