"Ni el guionista más loco hubiera imaginado todo lo que ocurrió en el Tour de 1989"

Josep Maria Cuenca publica `El último Tour del siglo XX: una crónica de la Grande Boucle de 1989¿

Josep Maria Cuenca publica ‘El último Tour del siglo XX: una crónica de la Grande Boucle de 1989’ / JAVI FERRÁNDIZ

Javier Giraldo

Javier Giraldo

Se cumplen 30 años del Tour más ajustado -y probablemente más apasionante- de la historia, el de 1989, y para celebrarlo, el escritor y periodista Josep Maria Cuenca acaba de publicar ‘El último Tour del siglo XX: una crónica de la Grande Boucle de 1989’ (Editorial Contra), un viaje al ciclismo clásico de la mano de las tres figuras que protagonizaron aquellas tres inolvidables semanas de julio de 1989: Pedro Delgado, Laurent Fignon y Greg Lemond.

-Un Tour que empieza con Perico llegando tarde al prólogo de Luxemburgo y que acaba con Lemond llevándose el maillot en París por ocho segundos. Vibrante de principio a fin. 

El Tour de 1989 fue un manicomio y tuvo un final delirante. Sin duda, es el Tour de mi vida. Incluso en las etapas teóricamente intrascendentes sucedió algo, como la escapada de Fignon y Mottet en la etapa entre Montpellier y Marsella, totalmente llana y a cuarenta grados. Ni siquiera un guionista loco hubiera escrito algo así, todo lo que sucedió en aquel Tour parecía inverosímil.

-¿Por qué lo bautiza como el último Tour del siglo XX?

Marcó un punto de inflexión entre el ciclismo clásico y el actual. Todo se globaliza, en buena medida gracias al estadounidense Greg Lemond. El Tour deja de ser europeo para ser global, empiezan a entrar las marcas americanas de bicicletas y los objetivos empiezan a primar sobre los valores. Fue quizás el último Tour libre, en el sentido de que poco después, incluso con Indurain, que fue un ciclista admirable, la carrera empezó a estar bloqueada, controlada por los aspirantes a ganar en París. 

"Fignon nunca fue simpático, pero fue un corredor enorme"

-¿Qué foto resume aquel Tour?

Elegiría tres: de Perico, su escapada en Superbagnères, la fuerza mental que tuvo para recortar la mitad del tiempo que había perdido en su retraso en el prólogo. De Lemond, la curva que trazó en los campos Elíseos, en la crono final, parece que flota sobre el asfalto y los adoquines. Y de Fignon, la derrota de ese último día, tirado en el suelo. Es una imagen terrible. Fignon nunca fue simpático, pero fue un corredor enorme.

-Fue el último gran ciclista francés, con permiso de Hinault.

Los franceses no ganan el Tour desde que en 1985 lo ganó Hinault, pero en ese Tour el más fuerte ya había sido Lemond. Compartían equipo y de cara al año siguiente pactaron que ganaría Lemond. Los franceses no llevan demasiado bien tantos años sin ganar el Tour. Lo entiendo, porque el Tour es un invento francés y es patrimonio de la Humanidad. Pero se ha convertido en algo global: ya no se le llama Tour de Francia, sino Tour a secas.

-¿Qué debe a hacer el ciclismo para volver a enganchar a la gente como sucedía en los ochenta o noventa?

Es la pregunta del millón. La tecnificación del ciclismo actual implica que los ciclistas sean más obedientes, menos espontáneos. El pinganillo es todo un símbolo. Ahora los directores de los equipos vienen de las escuelas de marketing. Te dicen que no ataques y tú no atacas. Si desobedeces,  tu contrato peligra. Antes era todo lo contrario. Ni Perico ni Fignon pedían permiso para atacar. Yo creo que los últimos ganadores del Tour son impersonales. En los últimos Tours me dormía viendo las etapas de montaña. Antes, la carrera te enganchaba, no me levantaba ni para ir al baño. Tampoco podemos negar el impacto del dopaje, de todo lo que sucedió en 1998 y después, con Armstrong. 

"Los últimos ganadores del Tour son impersonales"

-¿Y el carisma de los corredores?

No ha habido ningún otro ciclista con el carisma de Perico. Él a veces dice ‘yo no fui un ciclista, yo fui un culebrón’. Y luego estaba Indurain, que no tenía tanto carisma, pero nadie podía inspirar tanta grandeza y generosidad como él. Técnicamente era un ciclista extraordinario. Y dominó dejando ganar a los demás: Chiapucci o Bugno vivieron a su sombra, pero hablan maravillas de Indurain. 

-Usted se considera un fiel ‘periquista’

Perico supera con creces el mundo del ciclismo. Fue y es un personaje irresistible. Todo el mundo sabe quién es Perico Delgado. En el Tour de 1987 se llegó a cerrar la carrera de San Jerónimo para ver la etapa de Morzine y el duelo de Perico con Roche. Tiene un carisma que nunca ha buscado, innato. Forma parte de la cultura popular. Tenía fama de pesetero, pero era todo lo contrario: fue muy generoso con sus gregarios. Y tiene ingenio: en la salida del Tour de 1990 dijo que empezaba con una ventaja de 2:40, el tiempo que había perdido por su despiste en el prólogo de 1989. Es un tipo de una inteligencia muy especial. Además, es políticamente incorrecto, y eso es fascinante. En el Tour de 1983 hizo una etapa impresionante, de Pau a Bagneres de Luchon, una auténtica salvajada, cuando se le bautizó como el ‘loco de los Pirineos’. Tenía 23 años y cara de chico de provincias, hasta le tomaban el pelo diciéndole que al pasar la frontera entre España y Francia tendría que llevar el carnet de identidad en la boca. Cruzó la meta y lo primero que le dijo a los periodistas es que se habían pasado menospreciando al Reynolds, que en aquella época era un equipo muy humilde. Perico siempre rompe el guion. Cómo no vas a admirar a alguien así. 

"Soy 'periquista': Perico fue y es un personaje irresistible. Siempre rompía el guion. Cómo no vas a admirar a alguien así"

-¿Qué añora de aquel ciclismo?

Sobre todo, la épica. Ahora vivimos en una sociedad de mercado que tiende hacia las grandes concentraciones y eso se refleja en el deporte: la iniciativa individual queda eclipsada. Ocurre en todos los ámbitos de la vida. Te mandan desde una instancia. En el fútbol, por ejemplo: la libertad que había en tiempos de George Best o Maradona, dos ídolos innegociables para mí, no la veo ahora. Su libertad, su creatividad, se imponía. Ahora vivimos en una sociedad uniformizada. Prima lo mercantil y el factor humano está desapareciendo. A mí me inquieta. En la vuelta de 1992, que fue fascinante, Rominger, Montoya y Perico Delgado subían el Tourmalet. Mínguez, el director de Montoya, le había dado órdenes a su corredor: ‘pégate a Perico y se para a mear, tú también te paras’. Y nada cabrea más a un corredor que tener a alguien a rueda durante mucho tiempo. En La Mongie, Perico se baja de la bici, se planta en el suelo y le dice a Montoya, ‘¿ahora también te vas a parar?’ Ese torerío, esa chulería bien entendida… son cosas que echo de menos.

"¿Qué imagen recuerdas de los últimos seis o siete Tours? ¿Quién ataca hoy en la primera rampa de Alpe d'Huez, como Fignon en 1989?"

-¿No teme caer en la nostalgia que a veces distorsiona la realidad?

No es que cualquier tiempo pasado fuera mejor: en 1904, Maurice Garin ganó el Tour pero lo descalificaron porque había hecho parte del recorrido en tren. En aquella época se tomaba cocaína para aguantar las etapas, que eran de 500 kilómetros. No hay épocas idealizables. Hay que mirarlo sin nostalgia, pero echar de menos el ciclismo de antes es legítimo. Echo de menos la picardía, pero también la caballerosidad. En el ciclismo actual, el patrón es quien mueve los hilos y nadie se sale del guion. ¿Qué imagen recuerdas de los últimos seis o siete Tours? ¿Una etapa con alternativas, con desfallecimientos, con pasión? Ninguna.¿Quién ataca hoy en la primera rampa de Alpe d’Huez, como hizo Fignon en 1989?

-¿Si tuviera que quedarse con un solo puerto del Tour, cuál elegiría?

 Me quedo con uno de los Pirineos y otro de los Alpes, que ilustran la grandeza del Tour y que concentran la historia de la carrera. El Mortirolo o el Angliru son grandes puertos, pero se suben como se pueden, apenas te permiten tomar decisiones. No puedes planificar nada porque quizá ni siquiera llegas a la cima. El gran puerto del Tour es el Tourmalet, a ser posible por la vertiente de Luz Saint-Sauveur, porque es durísimo, pero permite la estrategia y es pedaleable. Y de los Alpes me quedo con el Galibier por el valle de Maurienne, enlazándolo con el Telégraph.