Alexander Zverev, el último emperador de Roma

Alexander Zverev celebra su victoria en Roma

Alexander Zverev celebra su victoria en Roma / AFP

Neus Yerro

Alexander Zverev se coronó como nuevo emperador de Roma. El joven tenista de Hamburgo se hizo con el título del Masters 1000 romano al superar a Novak Djokovic por 6-4 y 6-3 en una hora y 21 minutos.

El arranque del alemán fue impresionante. Parecía que llevara toda su vida disputando finales de grandes torneos mientras al otro lado de la red Novak Djokovic se peleaba consigo mismo, con el viento, incómodo pero para ambos, mascullaba (acabó vociferando) hacia su gente, se le percibía enfrentado con el mundo... Nada que ver con la versión que había ofrecido el serbio el día anterior.

La Centrale del Foro Itálico no salía de su asombro. Por el dominio desde el inicio en el marcador de 'Sascha' y por la calma, la sangre fría que aparentaba el tenista de 20 años al tiempo que 'Nole', juego a juego, se desesperaba.

Porque el mejor golpe del serbio, el revés, con el que suele desbordar y machacar a los rivales (que se lo pregunten a Rafa Nadal o Dominic Thiem) no podía plantar batalla al revés de Zverev.

Sólido, sin fisuras, cometiendo los errores cuando no podían hacerle daño... el ritmo del duelo lo marcaba el tenista de Hamburgo mientras Djokovic se veía obligado a correr y correr, llegaba tarde a las bolas, estaba mal posicionado... las sensaciones que transmitía el de Belgrado eran, simplemente, horribles

'Nole' lo estaba pasando mal. Se le veía desencajado. Nada salía como él quería. Nada iba como había planeado. Y sin nadie en su banquillo con garantías para ayudarle en la causa. De lo eléctrico que se le vio en la semifinal ante Thiem a esta nueva versión: apagado, negativo (por no decir cabreado), sin chispa, probando cosas que uno sólo debe intentar cuando la inspiración está de tu lado (y no era el caso)... en definitiva, desbordado.

Mientras, Alexander iba a lo suyo. Sólo se permitía cerrar el puño y levantar la vista hacia su palco. A cada juego, el margen de error para Djokovic disminuía y disminuía.

Pero con Novak ya se sabe que uno no debe confiarse. Porque en un par de golpes, en un par de juegos, es capaz de cambiar la dinámica del partido. El séptimo juego del segundo set, el más largo de la final (más de seis minutos y medio), en el que salvó un punto de 'break' que más bien tenía sabor a 'match point' para Zverev, pudo haber sido ese punto de inflexión. No era el día.

Una doble falta, la segunda del partido de Djokovic, le dio ese ansiado punto de partido al alemán. Y un último error de revés, ese golpe mortífero pero esta vez esquivo, le dio el título a un excepcional Zverev, que no se permitió mostrar sus emociones hasta el final del encuentro.

Zverev ingresará en el 'top 10' esta semana... pero su camino no acabará ahí, seguro. Porque tras ese rostro angelical se esconde un lobo con piel de cordero. ¡Bienvenido Sascha!