Borja Lázaro, el joven de Vitoria que desapareció en Colombia entre rituales wayúus

Logró lo que pocos: inmortalizar ‘la fiesta de los huesos’ de la tribu indígena. Hoy tendría 42, aún lo esperan

Trazó un viaje sin guion y con fecha de vuelta al País Vasco: el 21 de mayo, día en el que cumpliría los 35 años

Borja Lázaro desapareció en Colombia

Borja Lázaro desapareció en Colombia

Tamara Morillo

5 de enero de 2014. Borja enciende su ordenador. El joven de Vitoria lleva tres meses viajando por Sudamérica. Es madrugada, noche de Reyes. En Santa Marta (Colombia) abre sus redes sociales y publica un mensaje: “Wayuu; el secreto del tiempo; el ritual del hueso”. Al texto le acompañan palabras clave: #colombia #wayuu #guajira #fotografia; y un enlace, ya caducado, a la foto del momento. Acaba de compartir uno de los rituales más importantes de la tribu indígena que puebla La Guajira (Colombia) y que se reparte también por Venezuela, los wayúus. Se le conoce como ‘La fiesta de los huesos’. Una fiesta a la que no se entra sin invitación. Una fiesta sagrada, que, según sus creencias, otorga la vida eterna -diez años después de fallecer- a los difuntos de la tribu. Fue uno de los grandes hitos de su viaje, que iba a durar seis meses. Allí consiguió su momento cumbre, pero también fue donde todo se fundió en negro. Acababa de escribir su última publicación sin saberlo. Horas más tarde, Borja desapareció.

Hablar de Borja es hablar de aventura, de deporte, viajes y fotografía", cuenta Ana Herrero, su madre. Ingeniero informático de profesión, su vida transcurría entre ejecutivos, ordenadores y grandes edificios. El éxito le llegó pronto. Afincado en Luxemburgo, desde hacía 7 años, decidió hacerse un regalo: romper con todo y “tomarse un tiempo para hacer un viaje largo”. Sin plan establecido pero con fecha de vuelta, la de su cumpleaños, en el hall de casa de su madre, en Vitoria, el 6 de octubre de 2013 le regaló su último abrazo. “Me dijo que volvería para su cumpleaños. El 21 de mayo de 2014 cumplía 35. Se colgó la mochila, y muy feliz, se marchó”, recuerda Ana.

Necesitaba desconectar para poder volver a conectar. Ese era el objetivo de este viaje. Durante los dos primeros meses, hasta diciembre, estuvo en México. Pasó por Ciudad Juárez, la zona de Yucatán y México DF. Desde allí decidió poner rumbo a Colombia. En su cuaderno anotó Santa Marta, La Ciudad Perdida y Cabo de la Vela, en La Guajira. Lo cumplió todo. En este último, La Guajira, fue dónde estableció contacto con los wayúus, donde consiguió su momento más impactante –inmortalizando la fiesta de los huesos-, donde desapareció y se paró el tiempo.

Diciembre 2013: la fiesta de los huesos

“Cuando llega a La Guajira descubre que los wayúus iban a celebrar la fiesta de los huesos”, cuenta Ana. “Les pidió permiso para hacer un reportaje y le admitieron, aunque no suele ser lo normal”. El ritual, de sagrada importancia, “es una tradición importante para ellos. Después de 10 años una persona que el fallecido deja asignada limpia sus huesos para hacer un enterramiento definitivo. Las protagonistas del que Borja fotografió eran una abuela (la difunta) y una nieta (la encargada de limpiar), según le contó a Ana su hijo cuando terminó de hacerlo. Amante de las culturas, del fotoperiodismo social, Borja convivió con los wayúus un tiempo, hasta que llegó Navidad. Consciente de que no es habitual que inviten a nadie a su gran ritual, prometió que aunque se iba, volvería a La Guajira, con fotos impresas para entregárselas en señal de agradecimiento. Así lo acuerdan. Los wayúus le esperan.

Enero 2014: su última parada

Tras pasar la Navidad con unos amigos en Bogotá, Borja decide retomar el viaje. Antes de alejarse, quiere cumplir su promesa: entregar el álbum de fotos a los indígenas. “Si no hace eso, no hubiera vuelto a esa zona de Colombia, porque él habría seguido su camino”, cuenta Ana. El 6 de enero, un día después de su última publicación en redes sociales, contactó con su familia. “Fue desde Santa Marta, nos dijo que iba darles las fotos, que no tendría cobertura por un tiempo, que nos nos preocupáramos y que volvería escribirnos”.

No hubo más mensajes. Borja desapareció la madrugada del 8 de enero. En la posada en la que se hospedó -Pujuru- apareció su ropa, su ordenador y su cámara. También sus zapatillas. Tras siete años de enquistada investigación, solo se han obtenido dudas, silencio y misterio.

Siete años de difícil investigación

 A miles de kilómetros de Borja, en Vitoria, la alarma empezó a sonar a mediados de enero. “Eran demasiados días sin tener noticias”, recuerda su madre. El 23 de enero ya no podían más: “intentamos conectar y, como no pudimos, mi hijo fue a denunciar”. En la comisaría de la Ertzaintza arrancó ese mismo día la búsqueda, conjunta con la policía colombiana y su Grupo Antisecuestro y Antiextorsión (Gaula). Ese día se crean los primeros carteles. Arranca la difusión, había desaparecido Borja Lázaro, el eterno viajero.

 “La policía colombiana fue a la posada. Allí pensaban que Borja se había ido sin pagar. Nos confirmaron que no lo veían desde la madrugada del 8 de enero. Había estado tomando algo con otros turistas y después no hay más”, lamenta su madre. La última imagen que se tiene de Borja es de esa madrugada, en la posada en la que dormía, bajando de su hamaca. Solo llevaba consigo el teléfono, que está apagado desde entonces. “Perdimos toda comunicación, perdimos a Borja”.

Con un sistema judicial y policial diferente, las complicaciones son todas. El miedo de los posibles testigos, por estar en tierra hostil, les silencia. Los miles de kilómetros de distancia y la falta de indicios han convertido en casi imposible encontrar respuestas, encontrar a Borja. Siete años después no hay nada. No hay un solo hilo del que tirar. Accidente, secuestro... Descartada la hipótesis principal, la del rapto, “pues no nos han pedido nunca nada ni han dado una fe de vida”, la vida de Ana se ha transformado por completo. Siete años después del último abrazo con su hijo Borja vive "para buscar, buscar y buscar. Buscarle a él, buscar la forma de que le busquen, buscar la forma de que no se olvide”.

 Ana, la madre guerrera que se reinventó, que temía a la informática pese a que Borja era ingeniero, y que ahora lo ha convertido en su principal vía de comunicación, contempla, entre búsqueda y búsqueda su colección de marionetas. Muchas se las regaló Borja. Le dan fuerza, aire. “Solía traerme una de cada país que visitaba. Era detallista y, además, sabía acertar”. Su lucha ahora se centra en volver a difundir la imagen de Borja en Colombia. “Necesito que se rompa el silencio. Necesito encontrar el hilo del que tirar. Al principio tenía la esperanza de que volviese, ahora tengo esperanza a saber”. 

Duerme con el teléfono en la almohada. Sueña, despierta, con esa llamada que le dé alguna respuesta, con “esa llamada que no llega”. La distancia con Colombia pone piedras en una mochila que lleva siete años de peso. La lleva encima. Aunque pesa, busca, camina, no la suelta.