Adiratou Iglesias, Oro en superación: "Me adapto y disfruto"

Huyó de Mali porque los albinos son sinónimo de mala suerte y esa superstición la podía matar

Con el apoyo de su madre adoptiva y gracias a su potente personalidad y capacidad de sacrificio, se colgó dos medallas en los Juegos Paralímpicos de Tokio. Por ello, la revista Woman quiso reconocer sus éxitos con el Premio Deporte

PORTADA ADIARATOU IGLESIAS

PORTADA ADIARATOU IGLESIAS / Carmé Barceló

Carme Barceló

Carme Barceló

Correr sin ver y ganar. Huir de tu país y, poco tiempo después, subirte a un podio olímpico. Pasar de ser una amenaza vestida de superstición a un referente. No sé yo si Adi es consciente de lo que representa para muchas personas, hombres y mujeres. Pero la revista Woman sí que lo sabe y por ello la galardonó con el Premio Deporte de este año. Estaba emocionada.
Me explicaba entre bambalinas que “con diez años casi no salía de mi casa. Mi radio de acción eran las casas de los vecinos y poco más. Me cuentan que esta noche estoy aquí y pienso que no están bien de la cabeza”. Situemos al personaje. Adiaratou Iglesias es albina y nació en Bamako hace veintitrés años. El albinismo es una condición hereditaria causada por una mutación genética que provoca una reducción o falta del pigmento de la melanina en los ojos, el pelo y la piel. En su caso, esta condición se traduce en un 10% de visión que se incrementa al 20% gracias al uso de gafas.
En su país es poco menos que un peligro. A veces torturan a los albinos. Otras, los matan. Dicen que dan mala suerte. “Es muy fuerte, lo sé, pero ya me fui y ahora solo pienso en presente y en futuro. Me daba más miedo mi entorno que lo que podía suceder si me marchaba. ¿Cómo consigo superar eso? Me adapto y disfruto”, asegura.
Supo que quería ser atleta cuando iba a casa de un vecino (en la suya no tenían televisión) y veía a mujeres correr en los anuncios. Hoy es campeona de Europa, del mundo y ha conseguido una medalla de oro y otra de plata (100m y 400m, respectivamente) en los Juegos Paralímpicos de Tokio. No ve la meta. Ni las líneas del tartán. Pero se considera “una atleta como cualquier otra que lo único que hace es adaptarse a ciertas cosas.
Cuando era una niña, sentía que tenía una buena vida porque no conocía nada más. Hoy pienso que lo que me está pasando es la bomba”. Cierto. Pero detrás de esas medallas hay una historia de superación, de lucha, de sacrificio y de esfuerzo de la que, quizá, ella no es muy consciente. Le costó competir casi sin ropa -su educación es musulmana y, al principio, cubría su cuerpo todo lo que podía - pero, como en todo, se adaptó rápido. Hoy es un referente y apenas le da importancia. Es lo que se ha currado. Y atentos a los podios que le quedan por subir. Aquí lo dejo escrito.
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