La tradición contra la novedad

Más allá de los explosivos encuentros entre el Estrella Roja y el Partizan, Serbia tiene otros puntos geográficos en los que el fútbol levanta pasiones y divide intereses

Uno de ellos, Novi Sad, la segunda ciudad más grande del país, ubicada en el norte, salpicada por el Danubio

Imagen de un partido del FK Vojvodina

Imagen de un partido del FK Vojvodina / FK Vojvodina

MARCEL BELTRAN

A la sombra del Derbi Eterno de Belgrado hace mucho frío. Es lógico: estamos hablando de una de las rivalidades más sofocantes del continente europeo. Pero más allá de los explosivos encuentros entre el Estrella Roja y el Partizan, Serbia tiene otros puntos geográficos en los que el fútbol levanta pasiones y divide intereses.

Uno de ellos, Novi Sad, la segunda ciudad más grande del país, ubicada en el norte, salpicada por el Danubio y establecida como un notable motor económico gracias a la fertilidad de sus tierras y a la explotación agrícola.

A nivel deportivo, su representante más ilustre fue durante décadas la tenista Monica Seles, una de las mejores de la historia, que asaltó el estrellato de forma meteórica (a los 16 años ya sabía lo que era reinar en Roland Garros) y que acabaría firmando una carrera de impacto, con nueve Grand Slam en el bolsillo y una escena escalofriante que sigue clavada en la memoria: un fan trastornado de su principal rival de la época, Steffi Graf, la apuñaló en pleno partido, dejándola dos temporadas fuera de las pistas.

Pero ni siquiera en los tiempos dorados de Seles (que emigró de muy pequeña a Estados Unidos para formarse como profesional) en Novi Sad dejaron de chutarse balones de cuero. El fútbol es la afición más popular de toda la ciudad, que está minada de canchas y porterías.

Hoy en día, dos clubes la proyectan en la Superliga serbia. El FK Vojvodina, un coloso semidormido con un puñado de trofeos en sus vitrinas, y el Proleter Novi Sad, un modesto acostumbrado a navegar por categorías regionales pero que desde hace cuatro cursos cumple el sueño de jugar en lo más alto. El 10 de abril se enfrentarán en Karadjordje, el estadio del primero.

Un grande fuera de Belgrado

Tanto es el peso que tradicionalmente ha tenido el Vojvodina sobre el territorio, y tanta la distancia competitiva que lo ha separado de sus rivales más cercanos, que el nombre del club escapa de los límites de su urbe y recoge la denominación de la provincia en la que está incrustado.

Sin ir más lejos, se trata de una de las entidades futbolísticas más antiguas del país (fue fundada en 1914 por un grupo de estudiantes) y, con permiso de los dos mastodontes de Belgrado, una de las más laureadas. Su etapa de mayor esplendor, que coincidió con los años de la Yugoslavia socialista, tiene más mérito si la ponemos en contexto.

Durante la Segunda Guerra Mundial, fallecieron muchas de las figuras que habían ayudado a cimentar el proyecto del equipo, obligando al Vojvodina a poner otra vez el contador a cero. Entre esos jugadores que perdieron la vida luchando estaba Bosko Petrovic, por ejemplo, que si bien es cierto que en 1934 ya había saltado al Jugoslavija, pasó a la historia como el primer gran talento que emergió en la institución.

Su historia merecería un texto aparte: en su caso, falleció en la Guerra Civil española, combatiendo como aviador en las fuerzas republicanas. Pero el Vojvodina se recompuso, y en 1966 incluso logró lo más difícil, alzarse con el campeonato liguero yugoslavo, una hazaña que repetiría en 1989, poco antes de que otra guerra, en esta ocasión la de los Balcanes, lo hiciera saltar todo de nuevo por los aires.

El conjunto llegó ganar fama a nivel internacional, cuando en los 70 consiguió hacerse de manera consecutiva con una Intertoto y una Copa Mitropa. Pero el grifo de los éxitos cada vez gotea con menos frecuencia. Actualmente, sus aficionados han asumido que su equipo no está para torpedear la tiranía de los más grandes, y la Copa de Serbia que levantaron en la 19-20 fue festejada con esa nostalgia que sienten los que un día convirtieron la celebración en rutina y hoy deben conformarse con las migajas.

El David del Danubio

En el lado opuesto tenemos al Proleter, cuya dimensión es tan pequeña, también a escala nacional, que hasta un Vojvodina venido a menos parece Goliat a su lado. Creado en 1951, rastrear sus estadísticas es como buscar una aguja en un pajar. ¿El motivo? Su andadura, durante el primer medio siglo de vida y algo más, consistió en deambular por las divisiones más bajas, lejos de los focos.

Todo empezó a cambiar en 2009, cuando el equipo se adjudicó la liga de la región y se hizo con una plaza en la segunda serbia. Nueve campañas después, darían el salto definitivo a primera. Y la proeza no acabó ahí: desde entonces, no hay manera de que desciendan. En la primera vuelta, ya vendieron cara su piel en el derbi, perdiendo por la mínima (0-1). Dentro de unos días, volverán a intentar la machada.