HISTORIA SPORT

El discreto encanto de los Negredo

El delantero del City creció imitando a sus dos hermanos mayores, César y Rubén, ahora jugadores de Tercera y Segunda B

Javier Giraldo

A José María Negredo le quedan cinco años para jubilarse, aunque si quisiera, ya hubiera podido dejar el taxi hace años. En realidad, se aburriría, por más que dedique casi todos los fines de semana a recorrerse media España para ver jugar a sus hijos. El padre de Álvaro Negredo, el delantero del Manchester City, suele pasar del brillo de la Champions y la Premier al fútbol discreto y anónimo en el que compiten sus otros dos hijos; el mayor, César, central en el CD Covadonga (Tercera división) y el mediano, Rubén, delantero del Badalona, de Segunda B. 

Como Álvaro, ambos visten de azul. Como Álvaro, ambos crecieron en torno a un balón, en la Colonia de taxistas, en pleno corazón de Vallecas. Allí fraguó el jugador del City su fútbol. “Era el más pequeño, pero el más rebelde, porque siempre jugaba en la calle con amigos mayores y eso le fue curtiendo”, recuerda Rubén, de 30 años. “Nos veía jugar a nosotros y siempre decía que quería ser futbolista. Era un cabezota, lo tenía clarísimo”, apunta César, que a sus  33 años apura su carrera como jugador en un modesto club de Tercera, el Covadonga de Oviedo. 

Con tres críos locos por el balón, el fútbol invadió la casa de los Negredo como un ‘tsunami’, y eso que su padre no era futbolero. “Al principio, un vecino nos llevaba a los entrenamientos; luego mis padres se fueron aficionando”, cuenta Rubén. Donde no llegaba el taxi de José María, llegaba Juani, la madre, en autobús o en metro. 

César apuntaba alto en los cadetes del Real Madrid, mientras Rubén y Álvaro entrenaban cada día en la escuela de la AFE. “Todo el mundo decía que el más técnico era Rubén, el que tenía más futuro”, explica César. Sin embargo, fue Álvaro quien llegó más lejos. “Era el más insistente, el que más tiempo pasaba con el balón. Nos pasábamos todas las tardes jugando en la calle y mi madre siempre tenía que ir a buscarlo, nunca quería dejar de jugar”. En casa de los Negredo, los regalos de Navidad eran monotemáticos (botas de fútbol, balones, camisetas de selecciones) y las discusiones siempre giraban en torno al fútbol. 

De la escuela de la AFE, Álvaro pasó a los juveniles del Rayo. Más tarde, llegaría a la cantera del Real Madrid, y de ahí, al Almería y Sevilla. Mientras, la carrera de sus hermanos discurría por cauces más discretos. César estuvo ocho años en el fútbol base del Madrid para pasar luego al filial del Atlético. Y a partir de ahí, una colección de equipos (Getafe, Badajoz, Huesca, Alcoyano, Sangonera) antes de recalar en 2010 en el Real Oviedo. Se casó con una ovetense y se instaló en la capital asturiana, donde ha abierto un negocio y se prepara para ser entrenador. 

Rubén pasó por varios equipos de Madrid (Moscardó, Carabanchel, Majadahonda) antes de aceptar una oferta del Barakaldo y arrancar un curioso periplo futbolístico por toda España: Conquense, Gimnástica de Torrelavega, Alavés y Reus, antes de aceptar la oferta del Badalona en el mercado de invierno. 

Sin sus hermanos, Álvaro nunca hubiera sido futbolista. Por eso un día decidió tatuarse en el brazo las iniciales ‘CRJ’, por César, Rubén y la ‘J’ que identifica a sus padres. “No sabíamos nada y lo vimos por televisión besándose el brazo en un partido del Almería. Le llamamos y nos lo explicó, fue emocionante”, revela Rubén, que hoy estará hoy en la grada del Camp Nou junto a sus padres, que harán el trayecto Madrid-Barcelona en su taxi, como de costumbre. “Siempre le decimos que lo deje, que ya podría disfrutar de una jubilación tranquila, pero nos dice que en casa no haría nada”. Mientras, José María sigue dividiendo su tiempo en cuatro partes: su taxi, César, Rubén y Álvaro.