Opinión
De Xavi a Thiago Motta
Entrenar a un grande exige un plus que no se obtiene solo por haber sido un futbolista de éxito

Thiago Motta ha sido destituido como entrenador de la Juventus / Agencias
A Thiago Motta lo han fulminado de la Juventus durante el parón de esta fecha FIFA. Los malos resultados lo han condenado. Su equipo perdió cinco de los siete últimos partidos, que supusieron la eliminación en la Champions a manos del PSV Eindhoven y en la Coppa contra el Empoli, dos adversarios con los que no podía haber fallado. El colofón fue un 0-4 en casa ante el Atalanta y un 3-0 encajado en el feudo de la Fiorentina en partidos ligueros. Se le acabó el crédito.
Dicen, quienes trataron con él, que tenía un carácter arisco, que no era fácil trabajar cerca de él en el día a día. Internamente, más de uno respiró aliviado cuando se anunció su destitución y su sustitución por el croata Igor Tudor.
La progresión de Motta en los banquillos ha sido meteórica desde que la temporada 2018-19 tomó las riendas del juvenil del PSG. Llegó a Turín tras haber pasado por tres equipos de la Serie A italiana: Genoa, donde solo duró diez partidos; Spezia Calcio, al que salvó del descenso, y dos años con el Bolonia, llevándolo a la Champions League y ganándose el respeto de toda Italia futbolística y parte de Europa.
En la Juve, sin embargo, se le han visto las costuras. Quizás no tenía las suficientes tablas y cintura que se le presuponían para lidiar con la presión de un gigante en fase de transformación. En Bolonia, sus espaldas estaban cubiertas por Giovanni Sartori, un director técnico muy por encima de la media, que venía de construir el Atalanta actual y que ya había hecho milagros en el Chievo Verona. En Turín, estaba solo.
El adiós anticipado de Motta es una mala noticia para el mundo del fútbol, como también lo fue el de Xavi Hernández en su Barça, con quien comparte perfil, orígenes y desenlace. No hay nada que le guste más a un aficionado que ver a un exfutbolista también triunfando como entrenador. Todo el mundo rema a su favor.
Sin embargo, esta transición del césped al banquillo está llena de trampas. La propia industria futbolística, ávida de novedades, acelera procesos, como ocurre también con los jóvenes, a quienes se les niega demasiadas veces el tiempo adecuado de maduración. Y, después, las 'joyas' y los técnicos son víctimas de la política del descarte.
Entrenar a un grande debería ser la culminación natural de una carrera deportiva, pero, en muchas ocasiones, es ahora el punto de partida. Los clubes se excusan poniendo siempre el ejemplo de Pep Guardiola, pero obvian que es un genio y, como todos los disruptivos, llegó para romper paradigmas.
Por otro lado, y valga la generalización, en el entorno de un jugador convertido en entrenador hay muchos (demasiados) aduladores, que están para alimentar el ego y no para poner algo de sentido común y freno. Aquí reside su parcela de responsabilidad; la principal, sin embargo, es de quienes los contratan y, después, los lanzan a los leones.
Motta, como Xavi, Lampard, Pirlo o Rúben Amorim, que es el próximo que puede ser catapultado, llegaron tal vez en el momento equivocado para afrontar el reto titánico de gestionar plantillas con futbolistas-multinacionales con una agenda propia y no encontraron el apoyo interno necesario para evitar que fueran devorados por sus propios clubes.
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