Toda una vida, te estaría mimando

Jason Dupasquier

@MotoGP

Josep Lluís Merlos

Josep Lluís Merlos

La muerte de Jason Dupasquier el pasado domingo en Mugello marcará, inevitablemente, el desarrollo este fin de semana del GP de Catalunya, precisamente cuando se produce la fatal coincidencia con el quinto aniversario del trágico accidente del mallorquín Luís Salom en el trazado de Montmeló.

Cuando la F1 llegó al Circuit en 1994, dos carreras más tarde del drama de Imola que se cobró las vidas de Ratzenberger y Senna, el ambiente del paddock también estaba triste y compungido. Como esta vez.

Por eso -también- es tan importante el regreso de los espectadores a las tribunas, aunque sea en menor cantidad de la que esperábamos y la ocasión merece. La vida sigue, y quiénes estamos involucrados de una manera u otra en este mundo sabemos, como se expresa en las acreditaciones que nos permiten acceder a los circuitos, que este es un deporte “potencialmente peligroso”.

Un eufemismo, en definitiva, que pretende ocultar que la muerte forma parte de la ecuación de su fórmula en la misma proporción que la gloria, el éxito, o el fracaso. Siempre nos vamos demasiado pronto para tanto como queríamos hacer y habíamos planeado. Sin embargo, por años que transcurran y que llevemos inmersos en este hábitat, nunca nos acostumbraremos a ello, y menos si quienes se van lo hacen tan jóvenes, como nos marcan a hierro y fuego los 19 años, 19, del piloto suizo (o los 24 que tenía “El Mexicano” cuando su vida se apagó en aquella maldita curva 12).

El mismo día que la joven alma de JD50 se desvanecía en el aire de la Toscana, “un señor de 46 años”, como le definió un irrespetuoso armado con un micrófono en la mano, ganaba por cuarta vez las 500 Millas de Indianápolis, una de las carreras más grandes del automovilismo mundial. Helio Castroneves lo hacía partiéndose la cara con un chaval, Alex Palou, catalán, de Sant Antoni de Vilamajor, que con tan solo 24 años (la edad que tenía Salom) estuvo muy cerquita de paladear el sabor de la leche del pódium del circuito de Gasoline Alley.

Y en el mismo momento, otro “señor”, Pau Gasol -este de 40- veía como su sueño de volver a ganar con el equipo de su vida la Final4 de básquet se le escurría entre sus largos dedos. Con la misma dignidad que, horas antes, otro “viejo” (Valentino Rossi) -este de 42 tacos- asumía el décimo lugar en una carrera que ha ganado nueve veces aunque, eso sí, hayan transcurrido 13 años desde la última. El Doctor -que no tardará en anunciar su retirada- llega a Montmeló con la misma ilusión que lo hace un chaval de 19 años, aun sabiendo que es prácticamente imposible que tenga la oportunidad de ampliar su impresionante palmarés de ¡diez! victorias en el trazado barcelonés.

Pero, insisto, lo hará con ilusión. Con la misma con la que volvemos a un escenario que -al menos en mi caso- tanto me ha llenado durante ni más ni menos que la mitad de mi vida. Que está pronto dicho. Porque la vida es eso: dignidad e ilusión. Tengas 19, 24, 40 o 42 años. O ya seas un “viejito” como yo, como tal vez piensen quienes creen que dignidad y canas (ya no digo talento, por modestia) son incompatibles.  ¡Qué tontos somos cuando creemos que nos vamos a comer el mundo, y en realidad es el mundo quien nos acaba devorando, tarde o temprano!