El turno del vestuario

El once de Koeman

El once de Koeman / FCB

Emilio Pérez de Rozas

Emilio Pérez de Rozas

Yo le leo siempre. Sin duda, por el cariño que le profeso y, sí, también porque le considero una de las personas que mejor ve y explica el fútbol. Bueno y también, no les voy a engañar y menos a estas horas de la película, porque era un referente, un buen amigo y el mejor contertulio de mi hermano Carlos, que lo quería horrores. Y, por último, porque yo, no hace tanto, bueno, sí, unos cuantos años, le vi jugar en categorías intermedias, haciendo de Schuster, de Busquets, casi de Neeskens, algo de Iniesta y, sobre todo, intentando liderar un equipo modesto que se dejaba el alma por esos campos de dios.

Me estoy refiriendo a Xavi Torres. Su último artículo en ‘Sport’ no podía empezar de la manera más llamativa del mundo, él, amigo de Charly (Rexach) y poco amante del “correr es de cobardes”. Xavi comenzaba su texto, titulado ‘El 11-4-7”, con las siguientes frases: “Cuatro detalles: 1. Braithwaite, minuto 16; Memphis, en el 55, y Griezmann, a los 81, corriendo como locos en defensa para recuperar un balón. 2. Los cuatro goles a favor: abrazos de hermanos, un grupo que se sabe vigilado y tiene ganas de demostrar su capacidad, gestos reivindicativos…” Y aquí me paro.

No todo el mundo conoce las catacumbas del Barça, no todo el mundo conoce los entresijos del vestuario grande de la Ciudad Deporiva Joan Gamper. Xavi Torres, sí los conoce. Ese “se saben vigilados” dice mucho, lo dice todo. Sobre todo habla de la situación extrema a la que ha llegado ese grupo de privilegiados, que acaban de perder al amigo, al jefe silencioso, al ‘puto amo’, que no solo los salvaba sobre el césped con su genialidad sino que movía una ceja y se hacía lo que él quería, en beneficio suyo y de sus amigos.

Irán saliendo cosas ¡vaya que sí!, pero no hay nada más cierto que el Barça ha dependido, siempre, del vestuario, de los jugadores, de sus estrellas, que tanto a la hora de pedir (ningún presidente, no solo Josep María Bartomeu, no, no, ¡ninguno!, ha defendido “contra el vicio de pedir, la virtud de no dar”) como a la hora de rendir han marcado la pauta de la entidad, que ha terminado debiendo 1.350 millones de euros y, quieran o no, todo el mundo habla de las barbaridades que ganan.

De ahí, vaya, la famosa frase aplastante de Gerard Piqué, el nuevo líder: “Si tenemos poder es porque otros han hecho dejación de él y los que tenían que mandar no han mandado”. Él, que ya mandaba bastante, trajo de la mano a Rakuten y salvó al club y, ahora, bajándose el sueldo (“pobre, Gerard, no sé cómo podrá pagar ahora este casoplón”, dijo Riqui Puig el otro día participando en su twitch), salva presidente, que no cesa de proclamar a los mil vientos, entregado a la plantilla, que gracias a ellos, sobreviven.

Claro que se sienten observados, por supuesto. Y es que si viésemos sus contratos (vimos el de Leo Messi y ya nos llevamos las manos a la cabeza, pero todos dijeron “se merece lo que gana, lo genera”, otra cosa sería decir lo mismo de los demás ¿verdad?), todo el mundo se asustaría. Y no solo lo que ganan, sino cómo se comportan, cómo marcan la pauta del club y cómo impiden que el presidente y su junta dirijan, cierto, por temor de ellos, la entidad como deben.

Ignoro si todo el que trabaja allí dentro tiene en su contrato una clausula que le impide escribir o contar todo lo que ve. Ignoro si alguien, al final, se atreverá a explicar las historias que, de momento, parecen leyendas urbanas, pero son totalmente ciertas. Pero, últimamente, solo siguiendo la estela de los entrenadores del Barça, uno puede hacerse a la idea (incluso los millones de socios, abonados y aficionados que idolatran a estos chicos y al que se ha ido) de cómo son, cómo se comportan, qué tácticas y técnicas utilizan para dominar el cotarro. Y, ahora, claro, se saben observados. Algún día tenía que suceder.

Repasemos. Pep Guardiola ¿recuerdan? se fue, después de montarles un ático dúplex en el cielo, con aquella famosa y ya legendaria frase de “me marcho porque, si sigo, nos haremos daño”. Dura debía ser la convivencia allí dentro ¿verdad?

Luego, apareció el argentino Tata Martino y su también famosa (trató de negarla, pero existió ¡vaya que sí!) charla con Leo de “sé que usted es el amo aquí y que, cuando quiera, me despedirán, pero trate de no demostrármelo cada día”.

Siguió Luis Enrique, que dijo que el líder era él y, al final del triplete, tuvo que reconocer que el líder era Messi y el vestuario, aunque antes tuvo que tragar con que el argentino le menospreciase al dejarle en el banquillo en Anoeta y no fuese a entrenar al día siguiente, además de discutir con el psicólogo y pasarse semanas sin dirigirle la palabra.

Continuó Ernesto Valverde, que, ahora, en su Bilbao querido se siente el hombre más feliz del mundo sin verlos, sin sufrirlos y, cuando le preguntan por las discusiones con Leo y sus colegas de vestuario, dice: “Esas cosas son parte del misterio. Está bien que sea así, es mejor que la gente no sepa cómo somos y que piensen que lo sabemos todo. Es mejor que no sepan la verdad”.

De eso viven todos ellos, de que no sepamos la verdad. La verdad siempre asusta y más en el caso del fútbol. Y más en el caso de ese vestuario. Por eso Quique Setien, el último, en una entrevista de varias horas, no se atrevió a contar la verdad. Bastante tuvo con las humillaciones que sufrió.