El triunfo de Cenicienta

El técnico de Panamá alecciona a sus chicos desde la banda

El técnico de Panamá alecciona a sus chicos desde la banda / AFP

Rubén Uría

Rubén Uría

 Perdía 6-0 y lejos de bajar los brazos, Panamá, entusiasta y debutante mundialista, una nota exótica para unos y todo un ejemplo vital para otros, abrió brecha en la zaga de los inventores del fútbol. Y Felipe Baloy, su veterano capitán, perforó el arco británico. Para cualquier selección con pedigrí habría sido un gol estéril, el tanto del honor. Para Panamá fue otra cosa. Fue el grito de orgullo de todo un país. No importó el marcador, abultadísimo. Sólo una explosión de júbilo que detonó en las gradas del estadio, cuyo público premió la gesta de unos jugadores que festejaban el tanto como si fuera el de la victoria en la final de un Mundial.

En el banquillo, Hernán Darío ‘Bolillo’ Gómez, que había comentado que, en caso de pasar a octavos, se bebería dos botellas de vodka -viendo su defensa en los saques de esquina de Inglaterra, se quedó corto, porque haberse atrevido a beberse una destilería entera-, lo festejó con una sonrisa. La de toda una nación, entregada y orgullosa de su selección. Que está a años luz de las potencias europeas, pero alcanzó su meta, trascender en la historia. El premio panameño era jugar el Mundial. Así que marcar obró un milagro: ver cómo tipos que no son campeones y no lo parecen, por una vez en su vida, se sentían como si lo fueran.

Felipe Baloy se convertía en el tercer jugador más veterano en marcar su primer tanto en la fase final de un Mundial, con 37 años y 120 días, detrás del mítico camerunés Roger Milla y del sueco Gunnar Gren. Fue la gran fiesta de un grupo que dio lo que tenía – en realidad, eso es ganar- la victoria de un país con tradición de grandes boxeadores y héroes del béisbol, que jamás había estado o marcado en un Mundial. En unos días, los panameños volverán a su patria. Lo harán con la cabeza alta. Sabiendo que han sido Cenicienta, que han vivido un sueño, un cuento con final feliz y que, cuando den las doce de la noche, su carroza no volverá a convertirse en calabaza. Un pequeño paso en la historia de la Copa del Mundo, uno gigantesco para Panamá.