Triturar al Madrid, la rutina de una generación

Piqué, feliz en el Bernabéu

Piqué, feliz en el Bernabéu / sport

Ernest Folch

Ernest Folch

La generación dorada del Barça tomó el Bernabéu una noche más, con tal naturalidad que esta vez ni le hizo falta jugar bien ni siquiera, por una vez, tuvo que recurrir al comodín de Messi. Golear en el campo del eterno rival, algo que hace no tanto era una excepcionalidad histórica, se ha convertido en una rutina que lo único que certifica es la brutal hegemonía del Barça en las competiciones domésticas en los últimos 30 años, y especialmente en la última década. El Barça certificó ayer su sexta final de Copa seguida, y va camino de ganar su octava Liga de las últimas once, dos datos brutales que hablan por si solos de este dominio aplastante. Ayer ni siquiera fue necesaria su mejor versión, y hasta Messi pareció reservarse para el segundo clásico: le bastó con tener pegada y capacidad resolutiva frente a un Madrid que dio la sensación que podría haber estado atacando varios días seguidos y no hubiera conseguido meterla dentro.

Y es que el equipo de Valverde salió al Bernabéu a verlas venir, y pasó serios agobios con la presión avanzada de un Real Madrid, que pudo marcar al menos tres veces, pero que pagó muy cara su proverbial y nada casual falta de gol. Bastó un ligero acelerón del conjunto blaugrana tras el descanso, con dos acciones fulminantes de Dembélé, para que el Madrid se derrumbara. Dio la sensación de que el equipo blanco empieza a estar acomplejado frente a un Barça que en los últimos años le tritura periódicamente en su propio campo y ante su afición incluso, como ayer, sin que sea necesario que esté a su máximo nivel.

La derrota tendrá consecuencias imprevisibles para un Real Madrid que no solo se queda sin triplete, sino que está a las puertas de aspirar a un solo título (la Champions), que a pesar de ser el que mejor domina, se antoja este año como una quimera. El Madrid puede pretender ahora que lo que sucedió ayer se debe únicamente a la pegada del Barça, pero el partido demostró que es un club que va a la deriva desde que Cristiano se fue del club por la puerta de atrás, peleado con el presidente y por un precio irrisorio. Es impensable que el Madrid se hubiera quedado ayer sin marcar con Cristiano en el campo. Porque Vinicius demostró ayer ser un jugador valiente, rápido, y con gran capacidad de crear peligro, pero todavía muy verde, no solo para golear sino para tomar decisiones correctas cuando el balón está cerca de la portería, algo que sin duda puede aprender con el tiempo. Pero el resultado es que el Madrid depende hoy de un futbolista semiadolescente, un síntoma del estado de precariedad en el que se encuentra.