Treinta años no son nada. O pueden serlo todo.

Hamilton firma su octava victoria en Hungría

Hamilton firma su octava victoria en Hungría / AFP

Josep Lluís Merlos

Josep Lluís Merlos

Tenía que ser una edición de lujo del GP de España. Ni más ni menos que para celebrar 30 años consecutivos de F1 en el Circuit de Catalunya.

Y viendo cómo luce la pista, lo bonito que lo han dejado todo para la ocasión -como siempre-, cómo han cuidado -de nuevo- los más mínimos detalles para que este fantástico escaparate del país que es la instalación de Montmeló brille con el máximo esplendor ante los ojos de todo el mundo, nada parece indicar lo contrario.

Pero vino el virus, y nos ha hecho pensar que éramos felices y no lo sabíamos. Que teníamos tanto por lo que alegrarnos, y lo pasábamos por alto. Que cualquier tiempo pasado no es que fuera mejor, sino que -sencillamente- quizás no vuelva. Y no por que forme parte de eso, del pasado, sino porque tal vez no nos lo podamos permitir.

La edición de la carrera de este año puede que sea la más extraña de todas. Sin público en las gradas (el sentido verdadero de la cita), sólo los siempre voluntariosos controles y comisarios de pista (y algún que otro enchufado que caerá) podrán saborear de cerca, oler, oír, vibrar, disfrutar la esencia de este deporte. Paradojas de la vida: ha tenido que pasar un cataclismo como el que nos ha zarandeado para que su altruista aportación sea recompensada con la exclusividad que siempre han merecido y que en algún momento se tenía que devolver. Alucinarían ustedes si supieran la cantidad de espabilados que me han preguntado en los últimos meses como poder estar en el Circuit este fin de semana “aunque sea haciendo de control…”. Llámenme la semana que viene si quieren que ya se lo contaré, no sea que su repentina vocación no encuentre salida…

Y mientras el Circuit será como aquella canción de Richard Cocciante, una “bella sin alma”, las plazas de toros del sur de España se llenan a reventar…

Cuando se acabó la F1 en Montjuic, en 1975, la categoría tardó ¡16 años! en volver a Catalunya. Los aficionados a este deporte nos quedamos con un extraño sentimiento de orfandad. Por eso, cuando se anunció la construcción del Circuit, los yonkis de la gasolina visitábamos la evolución de sus obras como quien supervisa la construcción de la casa de su vida, y el día de su estreno fue más gozoso que el de la primera comunión del niño vestido de marinerito.

No me gustaría volver a pasar por un largo período de abstinencia sin F1 como aquel. No quisiera tener que pelegrinar de nuevo a circuitos sin personalidad como el Paul Ricard, con un asfalto con casi tantas rayas pintadas que un chaflán del Eixample.

Mi pasión e interés por este deporte no es desconocido. Pero también soy consciente que el momento no está para muchas algarabías económicas, y que el país tiene otras prioridades antes que el carrusel de los monoplazas, aunque a la economía repercutida nunca le viene nada mal la onda expansiva de un Gran Premio.

Por eso, la dimisión de Vicenç Aguilera como presidente del Circuit, y el cese de Joan Fontserè como director, me parece totalmente inoportuno y desacertado.

A sus sucesores habrá que desearles toda la suerte del mundo y concederles los 100 días de gracia preceptivos antes de evaluar su gestión. Pero está claro que tanto María Teixidor  como José Luis Santamaría tendrán que absorber como esponjas las informaciones que puedan recopilar estos días de trato directo con los responsables de Liberty Media presentes en la instalación catalana si quieren llevar a buen puerto la continuidad del contrato que les vincula y, con él, el futuro de la F1 en Catalunya en los términos ventajosos que ya tenían encarrilados sus eficaces antecesores.

El relevo de Aguilera y Fontserè llega por motivos políticos, no profesionales. Quien quiera atribuirle razones de otra índole deberá acreditarlo documentalmente, y llevar hasta los tribunales -si procede y se demuestra- cualquier tipo de anomalía en su gestión. Si no, con el cambio, su verdadero propósito habrá quedado al descubierto.

Tanto el uno como el otro consiguieron cultivar un nivel de credibilidad y confianza con los gestores del campeonato (y con Dorna) que no se consigue en un fin de semana. Ojalá su remplazo consiga establecer la misma relación para lo que debería ser su principal propósito: no debilitar el objetivo por el que se creó el Circuit.