¡Tómala, Andrés!

Argentina se deshace en elogios hacia Iniesta

Argentina se deshace en elogios hacia Iniesta / Valentí Enrich

Hay vestuarios que dan el brazalete a su capitán después de una votación. En otros es el entrenador quien da el mando. En el terreno de juego, sin embargo, las jerarquías se ganan. No sirven ni la edad ni la capitanía ni el cariño de la afición. Sobre el césped manda quien demuestra que es el mejor. En el Barça, está claro, Leo Messi.

El ‘10’ es el orígen de todo y, muchas veces, también el final. Desde su posición maneja como nadie los tiempos y los espacios, con y sin balón. Su mandato es absolutamente indiscutible. Ahí está Piqué que, con el balón en los pies, ve como Messi se acerca al círculo central para recibir de cara e iniciar la jugada de ataque. Y se lo da. Y Sergio, el mediocentro, con la cabeza siempre levantada. Le da igual tener a Leo a dos que a 20 me-tros. Si lo pide, lo tiene. Ahí, en los tres cuartos de campo y con el argentino poseyendo el balón, Busquets sabe que el partido se va a acelerar. Y Rakitic, también a su servicio. Y Alba, magnífico socio, trazando desmarques, recibiendo sobre la carrera y pensando ya en el pase de la muerte. Y las estrellas. Antes, Neymar y, ahora, Coutinho. Todos tienen el balón pero cuando Messi se acerca para recibir no hay debate: hay que dárselo. Aunque esté de espaldas. O mal perfilado. O rodeado de cuatro rivales. Si Messi te mira, el balón es para él. Porque no hay duda, va a saber qué hacer. Y a partir de ese momento, el equipo a su disposición para iniciar, desarrollar y finalizar la jugada.

Sin embargo, esta evidencia en el fútbol del Barcelona de los últimos tiempos solamente se ha visto alterada en dos casos: en la relación futbolística de Messi con Xavi e Iniesta. El de Terrassa ya se fue; el de Fuentealbilla, está a punto. Y Messi empieza a temblar. Porque Leo, con el balón en los pies y la cabeza levantada, solo ha sido capaz de entregarle su gran tesoro a ellos. Sin más, ahí, en cualquier zona del campo, en esas situaciones habi-

tuales en que el ‘10’ recibe, otea y ejecuta, de repente, observando que el socio era Xavi, o todavía es Iniesta, les cede el balón. Con la confianza y la certeza de que van a saber mimarlo. Solo a Xavi e Iniesta. Y a nadie más. Porque la jerarquía, como decíamos, se gana en el campo. Y este simple detalle dice tanto que cuesta imaginar lo que debe pasar en estos momentos por la cabeza del mejor jugador de la historia observando que sus compañeros del alma, esos que ven el balón igual de redondo que él -cuestión esta, complicadísima-, viven o van a 

vivir muy lejos.