Todos culpables excepto Florentino

Florentino Pérez ha impuesto una 'economía de guerra' por el coronavirus

Florentino Pérez ha impuesto una 'economía de guerra' por el coronavirus / AFP

Ernest Folch

Ernest Folch

Agazapado detrás de la crisis del Barça, el Real Madrid lleva meses bajando por una pendiente todavía más empinada y peligrosa, pero curiosamente mucho menos mediática. Porque mira que el Barça tiene problemas graves, pero comparado con el Madrid, hasta parece que goce de buena salud. Al menos el club blaugrana está en fase de abordar su crisis deportiva (con una regeneración evidente, que ya veremos dónde va, pero regeneración al fin y al cabo) y se dispone a celebrar unas elecciones para replantear su modelo de gestión a tumba abierta y encontrar salidas a los brutales dilemas que se plantean a corto y medio plazo.

Pero, ¿y el Madrid? El club blanco atraviesa una de sus periódicas crisis deportivas y, una vez más, apuntan hacia el entrenador: que si Zidane no controla el vestuario, que si no interviene en los partidos, que si es permisivo con las vacas sagradas. Da igual que ‘Zizou’, como se proclamaba el día de su regreso, sea una de las grandes leyendas del club, en teoría un intocable. Porque más que curioso, es folclórico que nadie se pregunte, en el entorno blanco, qué porcentaje de los males del Madrid tienen que ver con la planificación deportiva o, simplemente, con Florentino Pérez, el último responsable de todas las decisiones, incluida la de volver a contratar a Zidane.

En cualquier otro club habría un debate sobre por qué no se ha renovado a su plantilla, se pondrían de manifiesto no solo los aciertos, sino los errores que ha ido acumulando el presidente y se abriría una reflexión sobre si ha llegado la hora de un cambio cuando se cumplen 20 años (con una pausa del 2006 al 2009) de su llegada al poder. Pues, ya pueden esperar sentados. Porque ni un mito como Zidane ha sido capaz de poner en cuestión la que parece ser la regla sagrada del madridismo: todos culpables excepto Florentino. Lo sorprendente ya no es que nadie le tosa, sino que ni siquiera se sabe de ningún socio que haga un mínimo de oposición, ni mucho menos que plantee una candidatura futura.

Por no conocerse, casi nada se sabe de su junta directiva, una especie de sociedad secreta en la que nadie habla en público, y de lo que nada sabemos sobre qué opinan o hacen en el club sus presuntos miembros. La opacidad blanca ha fomentado un sistema en el que nos enteramos casi por sorpresa, y sin ningún debate previo, de la reforma de su estadio, la rebaja del sueldo de sus jugadores, los fichajes o los patrocinios, pero, eso sí, sin el coste ni el desgaste de una constante fiscalización, como es una norma en el caso del Barça. Con grandes dosis de inteligencia y un poder ilimitado, Florentino ha conseguido algo que es casi un ejercicio de ciencia ficción: gobernar un club con una apariencia democrática pero en la práctica como si ya fuera una sociedad anónima de su propiedad. Tan admirable como inquietante.