La Superliga nació muerta de soberbia

Florentino Pérez, presidente del Real Madrid

Florentino Pérez, presidente del Real Madrid / AFP

Ivan San Antonio

Ivan San Antonio

Gracias a Florentino Pérez, el mundo ha descubierto que Aleksander Ceferin es el Robin Hood del fútbol moderno, un héroe que roba a los ricos para repartirlo entre los pobres. ¿Qué sería de Eibar, Triestina o Leeds sin el presidente de la UEFA? Gracias a Dios aún quedan hombres como el esloveno. Las aficiones de toda Europa deben estarle agradecidas porque ha salvado a la princesa de las garras del dragón codicioso y blanco. ¡Visca Sant Jordi! ¡Naj živi Ceferin! 

La realidad, que nunca es blanca o negra y tiene tantas versiones como voceros tiene Twitter, es que Florentino no se ha equivocado planteando un pulso a la UEFA, aunque lo haya perdido sin llegar ni siquiera a hincar el codo en la mesa. Su error está en las formas, en pensar que porque yo lo valgo podía cargarse, con nocturnidad y alevosía, de un día para el otro, con cuatro llamadas y gracias al brillo verde de los billetes, una estructura enorme e influyente que ha recibido el apoyo de los gobiernos más importantes del continente. Su pecado es pensar que toda Europa es España y que aquí mando yo. Su pecado es el de la megalomanía y no rodearse de nadie que le lleve la contraria porque, si lo haces, se acaba la paguita. Florentino ha descubierto que ya no es el jefe de la manada, por lo menos no en mitad de la selva. Un juez madrileño, de forma preventiva, le dio la razón la noche de los cuchillos largos en la que doce clubs, entre ellos el Barça, decidieron acabar con el status quo apoderándose de las estructuras continentales del fútbol. Fue, lejos de lo que creyó, una demostración de gran debilidad, como lo fue dar explicaciones en El Chiringuito. El problema no era la idea, sino la soberbia con la que intentó hacerla realidad.