La salazón del jamón y la vida de Grosjean

Los bomberos apagaron un incendio en el coche del piloto francés de Haas F1, Romain Grosjean, durante el Gran Premio de Fórmula Uno de Bahréin en el Circuito Internacional de Bahréin en la ciudad de Sakhir.

Los bomberos apagaron un incendio en el coche del piloto francés de Haas F1, Romain Grosjean, durante el Gran Premio de Fórmula Uno de Bahréin en el Circuito Internacional de Bahréin en la ciudad de Sakhir. / Bryn Lennon / AFP

Josep Lluís Merlos

Josep Lluís Merlos

Leía hace poco que unos emprendedores habían desarrollado una aplicación que regula el proceso de salazón de los jamones recurriendo a la inteligencia artificial, y consigue optimizar el tiempo de permanencia de tan suculento manjar en los secaderos. La tecnología también sirve para esto, no sólo para inventar vacunas. Como las carreras, que no únicamente están para divertir.

Históricamente se ha dicho que la F1 es un magnífico laboratorio para desarrollar soluciones aplicables a la seguridad de los coches de serie, como los que utilizamos en nuestro día a día. Sin embargo, la creciente sofisticación de los monoplazas ha hecho circular la creencia que esto se ha diluido a medida que esos bólidos se alejaban de nuestros mundanos utilitarios. Y no es verdad.

La prueba más reciente la tuvimos el domingo en el circuito de Sakhir con el vuelco del Force India de Lance Stroll y, sobre todo, con el espeluznante accidente de Romain Grosjean. Hacía mucho tiempo (afortunadamente) que no contemplábamos un choque tan aterrador. Los técnicos de los equipos -no sólo de Haas- y los responsables de seguridad de la FIA disponen ahora de un valiosísimo material -desde los videos de la maniobra hasta el análisis de los restos del coche y de las protecciones de la pista- para estudiar a fondo las causas y, sobre todo, las consecuencias del susto que nos llevamos todos.

Hay quien cuestiona el trabajo de los ingenieros por el hecho de que el monoplaza se partiera por la mitad en el impacto. Pero creo que hay que situarse en una postura totalmente contraria. Valorando factores como la velocidad (221 kms./h.), la deceleración (¡56 G¡), el ángulo del choque o la rapidez con que se incendió el combustible que se escapó de unos depósitos que -pese a ser deformables- se abrieron como un melón, debemos felicitarles por las mínimas repercusiones físicas que afectaron al piloto.

Por una parte la excelente forma como el Halo resistió el salvaje encontronazo -la pieza que, según el mismo Grosjean, permitió que hoy siga vivo-, pero por otra la resistencia a las llamas del tejido “nómex” de su mono ignífugo cumplieron su función. Y por supuesto: su agilidad por emerger de aquella telaraña en la que se convirtió el destrozado chasis, atrapado entre el metal retorcido en que se transformó el guardaraíl; y la valentía y oportunidad de los ocupantes del coche médico socorriéndole en aquella bola de fuego. Menos mal que todo pasó en la primera vuelta, cuando dicho vehículo aún está en pista cerrando el pelotón que forman los coches que acaban de despegar desde la parrilla… Su actuación fue providencial.

Habrá que analizar con detalle por qué se abrió el guardaraíl de aquella forma, porqué se rompió el soporte del motor partiendo el monocasco por la mitad, dónde estaban colocados los extintores en aquella curva, la eficacia del diseño de la escapatoria, y muchos otros factores. Porque aquí no se trata de ver si el jamón está más o menos salado, si es más o menos tierno y está bien deshidratado (que está muy bien), sino de salvar la vida de un piloto, de un ser humano. Y mañana, quien sabe, la suya o la mía, la de todos aquellos que viajan en nuestro sencillo coche familiar.