Riqui Puig: el ganador nace, no se hace

Riqui Puig, en un partido ante el Atlético

Riqui Puig, en un partido ante el Atlético / VALENTÍ ENRICH

Ivan San Antonio

Ivan San Antonio

De Riqui Puig molesta todo menos su fútbol, que es lo único que debería importar. Molesta que le dé patadas a una pelota de tenis sin camiseta, que su amigo sea el autor de una frase absolutamente infravalorada: "Pedal hard and drink champagne". Incluso molesta su peinado y que se peine con la mano. Hay quien le llama niño pijo, niño de papá, niñato. Siempre niño.

La ignorancia es atrevida y no teme al ridículo, pero la estupidez, mucho peor, lo pudre todo y es al alma lo que el tiempo a la carne (la frase, más o menos así, es de Joan Shelley, personaje de ‘Marina’). La estupidez es lo que permite insultar alegremente y convertirse, con cada insulto, en un ‘hater’ estúpido y sin alma.

Riqui Puig es de oír, ver y jugar. Nunca ha necesitado que nadie le preste dinero para comprarse unas botas, no le ha faltado un polo caro ni un coche con navegador. Y, pese a toda esa mala fortuna que convertiría a cualquiera en un hombre sin objetivos ni ambición, es todo lo contrario. Sus ansias por triunfar (y hacerlo en el Barça) le vienen de serie (sus padres solo son culpables de no haber impedido que se relajara para que viviera sin presión, de no haber frenado su ímpetu).

Riqui Puig pertenece a una especie en vías de extinción que llega a lo más alto sin necesitarlo. De esa clase de animales competitivos son Piqué, Xavi o Busquets, sí, todos ellos canteranos. No han pasado penurias, no han jugado en campos de tierra ni han tenido ocho hermanos a los que alimentar.

Ni siquiera han tenido que jugar con balones de trapo o descalzos. Son quienes son por la única y sencilla razón de serlo. Han superado una criba natural que futbolistas con la decisión que da la necesidad no han podido superar. Son pura competitividad. El ganador nace, no se hace.