La última

La revolución de la estulticia

Martí Perarnau

En estos tiempos kleenex, de usar y tirar, el contexto en que suceden los acontecimientos ha dejado de ser importante. El periodismo fue pionero, pues gustó de sacar fuera de contexto frases y expresiones en beneficio propio. Hoy, ya casi todo transcurre fuera de contexto, como si los partidos de vuelta jamás hubieran tenido uno anterior de ida, ni hubiesen existido choques precedentes de los que extraer lecciones importantes. Desde que la guarnición pasó a ser cien veces más importante que el solomillo y tantos analistas esperan a conocer la opinión de los entrenadores para alinear su criterio con el del técnico de cabecera, cada momento se evalúa únicamente por sí solo y no en relación con los mil factores que han influido en dicho momento: qué ocurrió en episodios anteriores, cómo influyen los distintos actores, por qué razones unos y otros han actuado de un modo determinado. Casi nada de ello parece tener relevancia en el día a día, lo que nos lleva a todos al error de exigir que los futbolistas sean autómatas y desprecien los antecedentes. Y los antecedentes son esenciales para comprender la realidad: un resultado previo, favorable o desfavorable, condiciona la actitud emocional y dicha actitud repercute en el modo de jugar, al igual que influyen decisivamente los golpes que alguien dio, los exabruptos que alguien gritó o las declaraciones destempladas que alguien soltó.

Una derrota contada con mil detalles acaba pareciendo una victoria, nos dijo Napoleón hace siglos. La versión moderna ha ido más allá, pues a los mil detalles ha añadido un factor muy propio de nuestro tiempo: la ausencia absoluta de escrúpulos, lo que ha descuartizado toda la escalera de criterios y valores que la propia sociedad había construido (y no me refiero a los criterios y valores políticos o éticos, que esos están en el lodazal). Así, hoy una patada ya no es una patada, ni un insulto es un insulto, ni una amenaza o un chantaje cobarde son lo que en verdad son. Hoy, quien finge no finge; el insolente jamás fue cínico; y en el partido ocurrió lo que dice el entrenador y no lo que vieron vuestros ojos. Aprovechemos para rendir homenaje a la tarea del redactor de guardia que debe escribir su crónica sin esperar a que el entrenador o el director de comunicación dicten la doctrina oficial.

Semejante descomposición de criterios y valores ha pillado a mucha gente con el pie cambiado: futbolistas, clubes, periodistas, aficionados. Mucha gente estupefacta y desconcertada frente a esta revolución de la estulticia en la que las derrotas se explican como victorias, las víctimas no reclaman y casi se disculpan y los fingidores se molestan si son descubiertos. Tiempo de impostores. Impostores que parecen vencer.