Rafa Nadal, el más grande entre los grandes
Yo era fan de Bjorn Borg. Un icono. Ganó 11 títulos de Grand Slam y se retiró prematuramente a los 26 años. El sueco dejó a medias una espectacular carrera. Y nos privó de más duelos épicos con los no menos legendarios John McEnroe o Jimmy Connors. Eran otros tiempos. A finales de los 70 y principios de los 80. Cuando las raquetas eran de madera. Y Borg dominaba las pistas con su talento y su Donnay. Han pasado casi 42 años de aquella mítica final de Wimbledon (considerado por muchos como el mejor partido de la historia del tenis) en la que el genial sueco derrotó, tras cuatro horas de duelo, al descarado estadounidense. Y ayer vivimos, probablemente, una gesta que supera aquella batalla: la épica remontada de Rafa Nadal ante Daniil Medvedev en la final del Open de Australia que permitió al mallorquín conquistar su título número 21 de Grand Slam.
Nadal ya es, estadísticamente, el mejor tenista de todos los tiempos. Superando a Roger Federer y Novak Djokovic, ambos con 20 trofeos. Pero más allá de los números están las sensaciones y los sentimientos. Y en este apartado, el mallorquín todavía es más grande que sus rivales. Porque su victoria en Melbourne llegó solo un mes después de superar una lesión que casi le obliga a abandonar el tenis. Porque su victoria en Melbourne llegó después de remontar dos sets en contra. Porque su victoria en Melbourne llegó tras ganar una batalla de 5 horas y 24 minutos. Y todo eso, con 35 años. Y 17 años después de conquistar su primer título de Grand Slam, el Roland Garros de 2005.
Brutal. Majestuoso. Sublime. Imponente. Emocionante. Heroico. Glorioso… No hay adjetivos para calificar la trayectoria de Rafa Nadal. Porque más allá de su talento, inmenso, está su insuperable capacidad competitiva. El mallorquín es un ejemplo de disciplina y esfuerzo. De todos aquellos valores que debe transmitir un deportista de élite. Jamás se rinde. Jamás. A pesar de sus problemas físicos, Nadal ha demostrado que hay humanos que son sobrehumanos. Auténticos héroes. Su triunfo en el Open de Australia es la culminación de una maravillosa historia de superación y compromiso. De voluntad. De responsabilidad. De lucha contras las adversidades. La emoción de la victoria de Nadal me transportó, por un momento, a aquellos años 70 en los que Borg me tenía pegado al televisor (en blanco y negro, claro) durante horas y horas. Es el magnetismo de los personajes únicos. De las leyendas.
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