Qué les gusta de Valverde

Ernesto Valverde, entrenador del FC Barcelona

Ernesto Valverde, entrenador del FC Barcelona / sport

E. Pérez de Rozas

E. Pérez de Rozas

Ellos se saben superiores. Bueno, entiéndanme, se saben los dueños del cotarro. Y más los buenos de verdad, las estrellas. Esos, que no son legión, desde luego, y que son muchísimos menos de los que ellos creen que son (normal, hay miles de futbolistas que no tienen abuela, aunque sigan dándose tortazos de un equipo a otro, de una Liga a otra, de un país a otro, de una competición a otra), saben que su palabra (y, a menudo, sus acciones, sus gestos: por ejemplo, ese desplante maleducado cuando los cambian o esa rabieta cuando el ídolo les arrebata una falta o un penalti) son muy importantes en el idioma de la grada, en el vocabulario de los gestos. Por eso aprietan, por eso también, también, hacen cenas de Navidad, cenas de grupitos, de amigos, casi de clanes.

Las estrellas se saben mandonas, aunque las hay que más interesadas en ellas, en sus números, en sus actuaciones, en ser siempre titulares, en agradarse, en ganar premios individuales que en ayudar al equipo, pues muchos de ellos (por culpa de su ego y, sin duda, por culpa de la familia, los agentes y sus aduladores) no fueron a clase el día que explicaron que, en un deporte de equipo, en un deporte donde juegan y pueden hacer jugar a los otros diez o nueve, lo que más grandes le hacen o contribuirán a que lo sean, es ganar partidos, títulos, agradar en conjunto. Pero el sálvese quien pueda es una norma habitual en la vida diaria, ¡no va a serlo en el fútbol de élite!

No cuento esta introducción porque piense que el vestuario del Barça está repleto de estrellas así, es decir, que piensan más en ellos que en el equipo. Ni tengo esa sensación, ni poseo esa información. No, no, al contrario, tengo la sensación de que siempre, siempre, las catacumbas del Camp Nou y ahora la lujosa Ciudad Deportiva Joan Gamper siempre albergaron a futbolistas muy cómplices, que colaboraban entre ellos, que se unían, a menudo, incluso fuera del campo y, sobre todo, que entendían que el juego, el estilo, el fútbol, que requería, que enseñaba, que mostraba, que iluminaba al Barça necesitaba de ese roce y de esa tremenda complicidad sobre el terreno de juego.

Pese a los mil problemas que ha vivido el equipo de Ernesto Valverde desde la llegada del nuevo míster (traición de Neymar Júnior, lesión de Dembélé, intento de moción de censura al presidente, el procés interviniendo y pretendiendo que se suspendiera -con la pérdida de, al menos, siete puntos- el Barça-Las Palmas, las ajetreadas renovaciones de Iniesta y Messi, la lesión de Umtiti…) la competitividad, el comportamiento, los resultados, a ratos el fútbol, pero siempre, siempre, la actitud, el deseo, las ganas, han convertido a este conjunto en un ‘team’ muy, muy, difícil de derrotar. No es líder, no ha perdido, no es el máximo goleador y el mínimo goleado por cualquier cosa, sino por un cúmulo de cosas, de sumas, de voluntades.

No hace mucho hablaba con uno de los titulares-titulares, no diré de esas estrellas (aunque sí, podría decirlo) que saben, que creen, que le ilusionan, que su palabra suene alto y fuerte en el vestuario, pero, ciertamente, es uno de los jugadores que más aman y desean la victoria del Barça, esté él o no en la alineación, pues ya quería que ganase casi antes de nacer. Y me decía que buena parte de lo bien que van las cosas (“pero aún no hemos ganado nada, nada”) proviene del estilo de Valverde, que no solo sabe explicar las cosas y las razones por las que hace las cosas, sino que premia con minutos a aquellos jugadores que más se lo merecen, que más y mejor trabajan en los entrenamientos. Eso y una tercera cualidad (explicar+justicia) que es “su enorme capacidad para que, cuando nosotros nos atascamos en el campo, buscarle la solución al equipo partiendo del banquillo”. Es decir, la manera en que Valverde (y sus ayudantes, claro) son capaces de cambiar con tres retoques el rumbo de un encuentro atascado también ha aumentado la valoración que sus chicos tienen de él.

La voz del vestuario, que casi nunca se destapa, tiene mucha importancia y, sobre todo, ayuda muchísimo a entender por qué el equipo, todos los equipos, no solo este Barça pujante, puede aspirar a todo: porque creen en lo que hacen, gracias a la credibilidad que les ofrece su entrenador. La modestia del ‘Txingurri’ (ya lo dijo el otro día: “soy feliz y estoy contentísimo con mi equipo aunque, a veces, no lo exteriorice”) y su enorme personalidad hace mucho bien a este Barça.