Es lo que haría Johan

El icónico dorsal de Johan Cruyff

El icónico dorsal de Johan Cruyff

Jordi Cruyff

Jordi Cruyff

Recuerdo un día que nuestro padre nos tuvo preocupados porque tardó más de la cuenta en regresar de su habitual visita a la clínica donde se sometía a tratamiento en su batalla contra el cáncer. Cuando volvió a casa, mi madre le preguntó un tanto desconcertada si le había pasado algo. “¡Tengo buenas noticias!”, anunció con amplia sonrisa. “Me han encontrado otro tumor”. Mi madre se contuvo las ganas de mandarle a paseo: “¡Pero qué noticia es esa!”. “Pues que me lo han encontrado y, como lo han encontrado, pues me lo podrán tratar y buscar una solución”, respondió tan pancho.

Cualquier persona en su lugar hubiera llegado a casa derrotado, pero mi padre siempre le intentaba ver el lado positivo a cualquier contratiempo. De hecho, se tomaba la quimioterapia como su mejor aliado. “Sé que me voy a sentir mal después, pero iré y lo trataré como un amigo, porque me está ayudando a combatir el cáncer”, soltaba con su buena predisposición. Su expresión alegre y tranquila era todo un oasis para los pacientes apesadumbrados que le rodeaban en la sala de tratamiento.

Mi padre era optimista nato en la adversidad. Excesivo, pensarán algunos. Pero así era él.

En estos días de incertidumbre y pesimismo, muchos nos preguntamos, como suelo hacer cuando me asalta alguna duda, ¿qué haría Johan? Pues le habría buscado el lado positivo, como a todo, y nos hubiera sorprendido con alguna ocurrencia de las suyas.

De entrada, me lo imagino entreteniéndose con dos de sus grandes hobbies: los puzzles, que tanto le obsesionaban, y los crucigramas, sentado bajo algún rayo de sol en el balcón de su casa de Barcelona, o arreglando el jardín si le hubiera tocado confinarse en El Montanyà. De lo que sí estoy seguro es de que en ningún momento se hubiera agobiado, porque siempre se sacaba de la manga algún antídoto contra el aburrimiento. Y eso que no tenía móvil, ni mucho menos concebía la vida social a través de las nuevas tecnologías, como casi todo el mundo.

Aunque sí le hubiera angustiado que esta situación haya dejado en casa a sus ‘niños’, a los más de 200.000 chavales con o sin discapacidad que hacen deporte cada semana gracias a su Fundación Cruyff o que los más de 200 Cruyff Courts hayan cerrado temporalmente. Pero también se las habría ingeniado para pensar en el día que puedan salir de sus casas y organizar una gran fiesta de la Fundación. Al menos se hubiera congratulado con la idea de que los cursos online, que en su día concibió el Cruyff Institute, ahora tendrían mucho más sentido. Si hay algo que nos enorgullece desde que no está entre nosotros es que su legado perviva de la mano de la Fundación del FC Barcelona y la Obra Social de La Caixa, tal y como fue su último deseo.

Mañana se cumplen cuatro años de su fallecimiento y esta vez no podremos repetir el ritual de recordarle en una comida familiar. Será diferente, porque mi madre, mis hermanas y yo estamos separados por el confinamiento, posiblemente nos llamaremos y lo intentaremos pasar de la mejor manera. Pero también somos de poner buena cara ante las adversidades, conscientes de que vivimos tiempos inciertos, pero pasajeros. Es lo que haría Johan.