¿Y qué hará Laporta con el laportismo?
La pancarta de Laporta a dos calles del Bernabéu ha sido un golpe brillante, imaginativo y, sobre todo, emocional, justamente el punto fuerte del expresidente blaugrana. A falta de fichajes,<strong> sin que nadie tenga ninguna capacidad de convencer a Messi </strong>antes de tomar posesión y siendo todavía demasiado temprano para contrastar proyectos, el cartel en Madrid ha sido sin duda la primera gran sensación de la carrera electoral.
La virtud de la pancarta ha sido confirmar a todo el mundo que<strong> Laporta </strong>es ahora mismo el candidato a batir, por la sencilla razón de que es el único que ya ha sido presidente, y que puede presumir de una hoja de servicios envidiable sobradamente conocida: desde Unicef y su lucha contra los violentos a la construcción del mejor equipo de la historia.
Curiosamente, la pancarta ha sido hasta el momento lo más reconocible de un Laporta que se ha presentado en una versión ‘light’ y medio descafeinada, que cada vez que concede una entrevista deja entrever el consejo de sus hombres de confianza, que le van repitiendo que se contenga porque lo único que tiene que hacer para ganar es simplemente dejar pasar el tiempo y no cometer errores.
Quien sea que se haya inventado este Laporta prudente, muy lejos del Jan incendiario que todos recordábamos, es sin duda un gran estratega porque de momento ha conseguido anclarlo en el centro del tablero con un discurso sorprendentemente moderado.
Las críticas furibundas a Bartomeu y a su junta han derivado en un tiempo récord hacia llamadas a la unidad, tiende la mano abiertamente a Sandro Rosell e incluso da la sensación de haber puesto en un segundo plano sus inquietudes políticas para no molestar a un sector del electorado.
Está en su perfecto derecho de evolucionar y de optimizar a su potencial masa de votantes, solo faltaría. Pero la incógnita es cómo gestionará este cambio el ejército de ‘cheerleaders’ que lo aclaman indistintamente, incluso si es de repente un discurso calculado y tan bajo en calorías que estos mismos fans encontrarían inaceptable si lo hiciera cualquier otro precandidato.
Por supuesto lo más importante es lo que haría si llega al poder para sacar al Barça del socavón económico, deportivo e institucional en el que ha caído (y no solo por la pandemia, como se pretende a veces), pero es también relevante cómo contendrá Laporta al laportismo dogmático que lo acompaña y al que no se le puede ni recordar, por ejemplo, aquel siniestro amistoso en Uzbekistan. Sí, este nuevo Laporta, por muchos carteles que cuelgue, anticipa ya el Laporta presidente, obligado a pactar con la realidad y, como es ley de vida, condenado a decepcionar a los suyos. En cualquier caso, es una buena noticia para un Barça herido de gravedad, que no necesita de maximalismos sino de unas buenas dosis de realismo.
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