¡Qué gran vaselina de Borja Iglesias!

Borja Iglesias, delantero del RCD Espanyol

Borja Iglesias, delantero del RCD Espanyol / EFE

E. Pérez de Rozas

E. Pérez de Rozas

No sé ustedes, pero yo hace ya mucho tiempo que decidí que el fútbol es el deporte más injusto que existe. Injusto, digo, a la hora de premiar los méritos de cada equipo, no sé si a lo largo de una temporada, de una Liga, donde siempre gana el mejor o más regular, pero, evidentemente, injusto en momentos puntuales y, más que eso, tal vez, en competiciones del KO y, sobre todo, en partidos que merecerían otro vencedor. Usted, que es un loco aficionado, seguidor, no importa de qué equipo, tiene en su mente un montón de esos momentos que yo digo injustos y que hacen que el que se lo merecía, pierda, y el que no se lo merecía, gane.

Todos, absolutamente todos, los que amamos el fútbol como deporte, espectáculo, entretenimiento (¡ojalá! fuese para todos solo eso, un juego, una diversión, no la madre de todas las batallas, en todos los sentidos, político, social, deportivo y casi religioso), lo consideramos el deporte más atractivo, más espectacular, más televisivo pero, no por el juego, no por el show, no porque te garantice (como otros muchos, casi todos, los demás deportes) 90 minutos de intenso juego, sino porque es tremendamente incierto.

CUALQUIERA

Y, lo más grande, porque es el único deporte donde el pequeño, muy, muy, muy pequeño, el menos poderoso, el menos rico, hasta el pobre, puede ganar al campeón del mundo (o de la Champions). En cualquier otro deporte (escojan el que deseen), el resultado entre esos dos contendientes (y me refiero al líder destacado de la Liga y al colista, o al campeón de Copa y un equipo de Segunda B), el resultado no tendría dudas, sería 102-56 en baloncesto, 35-14 en balonmano, 22-9 en waterpolo o 6-0 y 6-1 en tenis.

El fútbol es tan injusto, tanto, que uno de los mejores Espanyol de esta temporada ¡y miren que ha jugado un rato bien desde mediados de agosto! mereció y ¡de qué manera! ganar en el Wanda Metropolitano y, sin embargo, perdió. Y no solo mereció vencer sino que el bueno de Borja Iglesias mereció meterle el gol de LaLiga al mejor portero, a Oblak, cuando desde 30 metros por poco se lo torea.

Y no solo el Espanyol. El Huesca, sí, sí, el Huesca, le dio un baño al Valencia, que salvó un punto en el minuto 93 y 01 segundos (cuando el árbitro había concedido ‘solo’ tres minutos más de tiempo) gracias al gol de Piccini, 10 minutos después de que Longo estrellase un balón en el travesaño para sentenciar el partido. Y tampoco el Leganés mereció ceder dos puntos ante el poderosísimo Sevilla, que marcó cuando ya todo estaba terminado gracias a Ben Yedder, tras un palo de En Nesyri, que también hubiera decantado (y merecidamente) el resultado a su favor. ¡Ah¡, me olvidaba, hasta el virtuoso y filigranero Betis, ya saben, el del tiki-taka, se salvó de una buena cuando tanto Sergi Enrich y, muy especialmente (e incomprensiblemente) kike García le pudo, debió, sentenciar el partido en dos clarísimas oportunidades para dejar, sin puntos, a los de Kike Setien.

No digo, por favor, que Atlético, Sevilla, Valencia o Betis, todos ellos grandísimos equipos, poderosos y con enormes jugadores (y mejores estilos, o eso intentan) no merecieran ganar (o empatar, a la desesperada) en esta jornada, digo, escribo, que sus rivales se merecieron más la victoria y, sin embargo, “fútbol es fútbol”, que decía Vujadin Boskov, palmaron.