Puerta cerrada

Kondogbia, con el balón en los pies ante Ilicic en un Mestalla vacío.

Kondogbia, con el balón en los pies ante Ilicic en un Mestalla vacío. / EFE

Rubén Uría

Rubén Uría

A un lado, la vida, con días de precauciones, alarmas, noticias de última hora, contagios, colegios cerrados, teletrabajo y hasta saqueo de supermercados. Al otro lado de la ventanilla, el fútbol, lo más importante de las cosas menos importantes, viviendo días de puertas cerradas, aplazamientos, suspensiones y de fondo, un debate identitario e ideológico sobre quién es el dueño legítimo de este deporte: los aficionados o las audiencias. Más allá de los lugares comunes de siempre (lo primero es la salud), el temor al coronavirus ha dibujado el escenario actual del fútbol. Los entrenadores reclaman que esto se juega por y para la gente. Guardiola quiere jugar con público porque no tiene sentido no hacerlo y Simeone quiere que se juegue con hinchas porque no hacerlo no sería justo con el Liverpool. No están solo. Zaragoza, Celta y AFE -honor a quien honor merece- han reclamado parar antes que jugar sin gente. Por desgracia, los que mandan en el fútbol, los grandes clubes, los del músculo económico y los organismos que han convertido el espíritu del juego en un negocio, tienen otros planes. Si hay que jugar sin aficionados en las gradas, se juega. Y si protesta el corazón, advierten al personal con un golpe de realidad: el que paga, manda. Las cadenas pagan millonadas por retransmitir partidos y con ese dinero se pagan los contratos de las estrellas de la industria. Fútbol moderno. Primero se quitó a los socios el control de los clubes y ahora se les priva del centro neurálgico del deporte que ellos hicieron grande con su pasión. El fútbol ya no es de los aficionados, sino de las televisiones. En realidad, el temor al coronavirus ha servido para aclarar que, en el fútbol, como en la vida, todo es susceptible de ser corrompido: cuando el dinero entra por la puerta, el sentimiento salta por la ventana. Siempre se ha dicho que el fútbol es el único amor que jamás defrauda. Ahora también nos han quitado eso y los que mandan, los del dinero y las audiencias, le han puesto puertas al campo.