Pretorianos y mariachis

Laporta, en rueda de prensa

Laporta, en rueda de prensa / EFE

Rubén Uría

Rubén Uría

En pleno burofax, algunos socios dudaban entre la palabra de Messi y la de Bartomeu. Si había que elegir entre quien condenó al club para salvarse o quien no quiso llevar al Barça a los tribunales, estaba más claro que el caldo de un asilo.

Bartomeu, aspirante a mejor presidente de la historia del Madrid y candidato a tener placa en el paseo de leyendas del Atleti, convirtió el club en una crónica de sucesos: Deuda monstruosa, salarios disparados, ridículos en Europa, uso de redes para desprestigiar a los críticos, contratos troceados, fichajes que habría firmado el enemigo y de propina, aquellas detenciones y registros en la sede del club. A pesar de los esfuerzos de su cohorte de mariachis y pretorianos mediáticos, ni Barto ni su junta pudieron tapar el sol con un dedo. El club necesitaba aire limpio.

En marzo, en plena pandemia, 30.184 socios dieron su confianza a Laporta. Alternando errores con aciertos, sin un euro en la caja, el nuevo presidente ha escalado, a golpe de esforzado piolet, por la montaña de marrones que dejó Bartomeu. Encargó una auditoría que encierra más trampas que una película de chinos, logró un crédito para reflotar el club, pagar salarios e impuestos, renegoció a la baja y rebajó salarios y los difirió.

Bien jugado. Sobre todo, porque en cuatro años, Bartomeu y compañía multiplicaron la deuda neta del club por diez. Tiene miga que las marionetas mediáticas que aplaudieron los años calamitosos de Bartomeu sean las mismas que ahora ‘rajan’ de Laporta. Sin embargo, más allá del indefendible Barto, de sus medallitas en Harvard, de su directiva puntocom y de sus mariachis, el socio tiene la obligación de exigir a Laporta.

Librarse de las chapuzas morales del pasado no implica decir “sí bwana” al nuevo presidente. Votar a Laporta significa exigirle que cumpla lo que promete, que instale el cruyffismo del que se enamoró, que no meta al Barcelona en guerras que no puede ganar y que tire de la manta para castigar la impunidad ajena. Ser de Laporta no consiste en ser su palmero, ni en cantarle ‘Las Mañanitas’ en cada entrevista, ni en lavarle los pies con agua de rosas. Consiste en exigirle que tenga la valentía de ponerle nombres y apellidos a los que le convencieron de no renovar a Messi cuando había un principio de acuerdo entre las partes.

Ser de Laporta también consiste en cuestionarse por qué el acuerdo con CVC es bueno para 39 clubes y no para el Barcelona. Y ser de Laporta también pasa por preguntarle si realmente es bueno para el club seguir en la Superliga de Florentino Pérez, un torneo cerrado para yonquis del dinero que presumen de lista Forbes. Votar y ser de Laporta consiste en exigir lo mejor de Laporta.