La Presunción de Indecencia existe en la F1

Verstappen, sancionado en Arabia Saudí

Verstappen, sancionado en Arabia Saudí / AFP

Josep Lluís Merlos

Josep Lluís Merlos

Cuántas más veces repaso las imágenes de la carrera de Jeddah, más dudas me asaltan sobre lo que allí sucedió. Pero si algo tengo claro es que la temporada estaba siendo tan apasionante, tan brillante como hacía años que no veíamos, que no necesitaba unos episodios tan desagradables como los que se vieron en el primer GP de Arabia.

No, no me gusta que la F1 corra en países como ese. No, no me gustó nada un circuito tan absurdo y peligroso como aquel. Me pasé todo el fin de semana sufriendo por lo que pudiera suceder en aquel sinsentido de la velocidad.

No, la F1 no es ir a toda mecha siempre entre cuatro paredes. Entiendo que quienes hayan crecido en la cultura de los videojuegos les apasionara esa especie de túnel fallero del terror, ese nuevo engendro perpetrado por un Herman Tilke que hace ya demasiado tiempo que perdió el norte. Pero no, la F1 no es un mundo arcade lleno de lucecitas horteras de colorines. Ni mucho menos debería ser un circo romano, una reedición de Rollerball. Porque, en el fondo, como dijo Borges “para morir sólo hace falta estar vivo”. Y porque de vida solo hay una, y si algo tiene es que no es virtual.

Llamadme “boomer”. Ok. Pero, sí, prefiero los circuitos clásicos, con cero accidentes y cero adelantamientos, aun a costa de un 100% de aburrimiento, como me escupió uno en Twitter. La F1 es así; cambiarla es otra cosa. Y aunque “los goles sean la salsa del fútbol”: ¿cuántos partidos excelentes no habremos visto con pocos tantos, o casi ninguno? Pues con la F1 sucede lo mismo. Unas veces hay más adelantamientos; otras, menos. Las más cuenta la estrategia, y siempre manda la mecánica. Y no me la comparen con otros deportes, porque en el baloncesto se anotan más puntos que goles se hacen en el balompié… y nadie se queja.

En Jeddah hubo mucha jeta, pero quienes quieran encontrar culpables en el affaire entre Verstappen y Hamilton es probable que se confundan. Me he pasado la semana buscando opiniones expertas. He hablado con pilotos en activo, con ex corredores de otras generaciones, con ingenieros de estrategia, con directores de carrera, comisarios deportivos… y no he encontrado consenso alguno. Unos señalan al neerlandés, otros al británico, algunos a los dos, y no falta quien -como yo (perdonen el personalismo, pero en la última columna de la temporada ya me disculparán la confianza)- exonere a ambos.

¿Que Max jugó duro?, si. Es lo que venimos ponderándole como principal virtud desde que apareció en los GP. Que apuró los límites del reglamento, también.

¿Que Lewis jugó todas sus cartas?, cierto. Es lo que hacen siempre los campeones del mundo. Y él lo ha sido siete veces.

“Motorsportisdangerous” nos dicen siempre. Claro. Tan cierto como que “el fútbol es así”, tanto en los 0-0 como en los 5-0.

Interpretar instantáneamente lo que sucedió en la pista no es fácil, ni para los comisarios deportivos ni para quienes comentan las carreras.

Criticar desde el sofá con las palomitas a mano sí lo es. Créanme. Se lo digosin la necesidad (ni las ganas) de defender ni a unos ni a otros. Pero conviene no ejercitar en exceso la Presunción de Indecencia que se imputa a unos, ni la de Inocencia que se atribuye a otros.

Hace falta definir mejor y más precisamente el reglamento. Que Michael Masi no le llega a Charlie Whitting ni a la suela del zapato volvió a ser obvio. Que muchas de sus indicaciones no fueron un ejemplo de expresión (ni de traducción), también. Sus cagadas no deberían emponzoñar un mundial tan bonito. Pero no se engañen. Con Whitting (o sea: con Ecclestone) también había “ofertas” y “pactos”. Solo que no nos las contaban por la tele. Que en Abu Dhabi haya más inocentes que indecentes, por favor.