Piqué solo le tiene miedo a las agujas

Gerard Piqué, en la sala de prensa de Old Trafford

Gerard Piqué, en la sala de prensa de Old Trafford / VALENTÍ ENRICH

Dídac Peyret

Dídac Peyret

La primera vez que vi a Piqué fue en un partido de la selección catalana en el Nou Sardenya. Gerard ni siquiera tenía la mayoría de edad y llamaba la atención el contraste entre su aparatosa altura y la fragilidad de su cuerpo.

Piqué trataba de adaptarse a los cambios propios del estirón, pero sus larguísimas piernas le hacían parecer algo torpe. A él no parecía preocuparle y afrontaba cada acción con una determinación e inteligencia asombrosa.  

Ese día me acerqué a Pichi Alonso y le pregunté si se había fijado en algún jugador. Me habló de Gerard,“aquell ros llarg” (aquel rubio largo), dijo. Y me comentó que jugaba en el Barça, pero que se iría al Manchester United.    

LÍDER EN SU SEGUNDA CASA

Aquel Piqué no es tan distinto del que maravilló en Old Trafford el miércoles. Su cuerpo ha encontrado mayor equilibrio de manera progresiva, pero mantiene esa cabeza privilegiada que llamó la atención de Ferguson.

En el Manchester escondió unas molestias en sus primeros partidos con los mayores. Y se inventó que había jugada de lateral en el Barça para tener una oportunidad. Sabía que la jugada podía salirle mal, pero siempre ha tenido esa mentalidad tan americana de llevar él la iniciativa.  

Lo que hace de Piqué un futbolista tan especial es esa confianza. No tiene miedo a fallar y duerme a pierna suelta el día antes de una final de Champions.  

“Siempre sonreía en el vestuario, era un gran chico. Pero no le gustan las agujas; quizá le tengamos que poner una”, bromeó Solskjaer horas antes del partido. Y Piqué salió al campo concentrado y encantado de conocerse. Con él siempre fue así: cuando más encima tiene los focos, mejor es su rendimiento.