Piqué, el cuarto capitán ¿no?

Gerard Piqué celebra su gol en el derbi Barça-Espanyol de la Liga 2017/18 en el Camp Nou

Gerard Piqué celebra su gol en el derbi Barça-Espanyol de la Liga 2017/18 en el Camp Nou / Ignasi Paredes

E. Pérez de Rozas

E. Pérez de Rozas

El otro día volví a comer en el restaurante Blau del maravilloso, gentil y exquisito Marc Roca. El primero que me llevó allí (gran suerte, inmensa elección) fue Andoni Zubizarreta, al que creo había llevado antes Pep Guardiola. Y eso que en el Blau no hacen caracoles, el único plato (bueno, el único, no, pero casi) que vuelve loco al mágico ‘míster’ del Manchester City.            

Y fui porque me convocó (lo hace habitualmente para tomar el pulso al barcelonismo, aunque él, desde luego, no tiene ninguna necesidad pues lo sabe todo de primerísima mano) uno de los exvicepresidentes azulgranas que más aprecio y que, mira por donde, siempre he pensado que sería un buen presidente. ¿Qué si se lo está pensando? Bueno, hay muchos, muchísimos hombres de negocios, y hasta ricos, a los que les encantaría ser presidentes del Barça. Y, sí, creo que él se lo está pensando. Y hace bien.  

Hablamos de lo divino (la excelente temporada que está atravesando el equipo) y humano (la heroicidad que está protagonizando Ernesto Valverde y la fuerza –y valor– con la que Josep Maria Bartomeu está soportando el acoso del ‘procés’ para que el Barça se suba al carro del independentismo). Y hablamos del futuro, duro, muy duro, para que el club logre un patrocinador fuerte para transformar el Camp Nou “en un momento en que las grandes compañías, las que tienen dinero de verdad, las únicas que pueden afrontar una inversión, en imagen, de cientos de millones de euros, le tienen un miedo atroz, tremendo, al destino de Catalunya”.

Y hablamos de algo que ya habíamos comentado en más de una ocasión: el momento en que los grandes y triunfadores futbolistas (algunos ya exfutbolistas) se incorporen a la directiva del Barça, a la gestión, es decir, se hagan con los mandos del club en un claro ejemplo (ejemplarizante) del admirado Bayern de Múnich. Mi mecenas (perdón, mi amigo) no hablaba, no, de incorporar a esas mentes y extriunfadores al equipo técnico, no, no, hablaba de incorporarlos al puente de mando, para que se mojen y actúen desde la cúspide, para que empiecen a tratar de tú a tú a los futbolistas, a las estrellas, que han pasado a tener el poder y hacer lo que les da la gana, incluso saltándose a la torera los contratos que firman.

Y, sí, pusimos sobre la mesa los nombres que pone todo el mundo. Y hablamos, cómo no, de Gerard Piqué. Y no porque Gerard Piqué haya expresado en más de una ocasión (pues uno nunca sabe, tratándose de Piqué, si lo dice en serio, como diversión, como provocación, como negocio del Twitter… eso de que quiere ser presidente), sino porque todos lo vemos como un excelente candidato del Barça, no solo por su inteligencia, ‘tarannà’, listeza, experiencia, conocimiento de la situación, del fútbol, de la imagen, de los negocios, sino por su enorme conocimiento del club y el (negocio) del fútbol.

Y, de pronto, Piqué vuelve a ponerse de moda. Bueno, siempre lo ha estado. Por él, por su compañera, por su vida, por sus polémicas, por su protagonismo en las redes sociales… y por su renovación (casi infinita ¡como debe ser!) y su cláusula, sin sentido, de 500 millones de euros. Y, también, claro, porque, en Cornellà-El Prat, se comportó, tanto en el campo como fuera de él, como un auténtico líder. Sobre el terreno de juego, cuando su equipo sufrió, se desmelenó como hacía su ‘maestro’ Puyol, se cabreó con sus compañeros cuando tocaba, les pidió más garra y compromiso, protegió a Cillessen, se encaró con el público, hizo oídos sordos a tantos asquerosos, injustos e incomprensibles insultos y se mordió la lengua en espera del partido de vuelta en el Camp Nou.

Yo creo que es, ahora sí, un Piqué más maduro (el de antes también lo era, ¡claro que sí!, pero arriesgaba en exceso en momentos inoportunos) y estoy convencido de que los duros momentos que ha vivido su compañera durante los últimos meses le han hecho más fuerte. Esa fuerza, enorme, fruto de su seguridad en la vida, en todo lo que hace y de la forma que vive, tanto personal como profesional y familiarmente, es lo que le ha permitido hasta ahora soportar algo que yo, personalmente, nunca he llegado a entender y que ahora, con la salida de Mascherano, se solucionará, y es cómo no ha sido nunca elegido como uno de los cuatro capitanes del Barça. Él, que podría pasar, si quisiera (o casi), de central a directamente presidente, ha vivido esa frustración.

Pues será porque ha hecho, dicho y escenificado cosas que al grupo no le han gustado. De ahí que la plantilla decidiese siempre tener representantes que no se marcasen demasiado, que no les complicase la vida, su vida, con movimientos de distracción que nada tienen que ver con el fútbol. Digo. Ahora sí. Ahora será elegido el cuarto capitán.

Se supone. Digo. No sé.