Pasemos el luto, por favor

La gente pudo comprobar que Messi es de carne y hueso, que está muy jodido y le duele el alma...

Messi aún parece algo desanimado

Messi aún parece algo desanimado

E. Pérez de Rozas

E. Pérez de Rozas

No es culpa de nadie. Bueno, sí, tal vez de ellos mismos, no sé si del club, del Barça, de los propios capitanes, probablemente también, claro. Pero era una tentación excesiva.

Claro, después de tantos días de viacrucis, de luto, de silencio, de rabia, de desespero, de enfado, de fracaso, de frustración, de derrota, de desastre, de tsunami, de bochorno, que, de pronto, saliesen los dos pesos pesados de la plantilla del Barça a la palestra, a examen y, claro, incluso, en ese momento, quedó demostrado que es posible, sí, por supuesto, que Gerard Piqué será el Franz Beckenbauer del Barça y, tal vez, el primer jugador que acabe presidiendo la entidad con una directiva integrada por colegas de banquillo pero, de momento, el 80% de las preguntas del día, de la jornada, del luto, fueron hechas a Leo Messi, que, ése sí, es ‘D10s’.

No digo, ¡ojito!, que la cura de humildad que ayer vivió Piqué, que, probablemente, le trae sin cuidado, dado el rumbo de su vida, fuera y dentro de los terrenos de juego, fuese materia importante en las conferencias de prensa de ayer, previas a la gran final de Copa del Rey, el torneo que el Barça posee casi en propiedad y donde, últimamente, no hay quien le tosa.

No, no, no digo eso pero, desde luego, es evidente que el mundo periodístico de lo que tenía auténticas ganas era de oir por la boquita de Messi que está jodido. Perdón, querían oírle decir que está muy jodido. Bueno, más, que todos están jodidos.

Y, sí, aunque fuese muchos días después del desastre de Anfield, lo cierto es que si algo brindó la final de la Copa del Rey de hoy, en Sevilla, en el estadio Benito Villamarin, donde ya han despedido al rey del ‘tiki-taka’, fue la posibilidad de comprobar, más en el caso de Messi que en el caso de Piqué, como ‘D10s’ sacaba un cuchillo afilado de debajo de la mesa y se cortaba las venas delante de decenas y decenas de cámaras y bolígrafos.

Era, la verdad, un momento muy deseado por muchos de los presentes y, tal vez, por qué no reconocerlo, por millones de seguidores azulgranas, que querían saber, comprobar, en vivo y en directo, que, en efecto, esas gentes, aunque, a veces, no lo pensemos, son de carne y hueso, como nosotros. Bueno, ya lo dijo Sergio Busquets pocos días después, tras el siguiente partido de Liga, “aquí la gente cree que nosotros no lo sentimos y sí, sí, lo sentimos, somos humanos”. Pues, bueno, ayer, en esa conferencia de prensa que Messi afrontó con rostro tristón, también quedó evidente que lo han pasado mal y que aún llevan luto.

Se me dirá (y yo estoy con muchos de ustedes, es más, así lo escribí en estas mismas páginas) que la ‘gent blaugrana’ lo sintió más (o casi) que ellos. Y se me dirá más (y yo también estoy de acuerdo con esa reflexión), que está bien que ellos lo sientan y les duela (aún) el alma, el corazón y la mente, pues son los principales protagonistas, culpables, de aquel ridículo, de aquella derrota, perdón, de aquella tremenda goleada.

Porque también ayer, todos, desde Messi a Piqué, pasando por Ernesto Valverde (al que también, también, quisieron verle llorar por si sigue o no, y no, no lloró), reconocieron que lo que nunca, jamás, puede volver a repetirse (y, mucho menos, mañana en la final de Copa ante el Valencia, dijo el as argentino), es la actitud, es el bajar los brazos, es el verse, darse, por derrotado tras encajar el tercer gol en Anfield.

Y eso, lo siento, no es fruto de la alineación, ni de los cambios, no siquiera de la preparación del partido. Es fruto, repito, insisto, es culpa de los jugadores, de esos cuatro, cinco o seis que llevan años, muchos años, cargando con ese peso (cobrando como si cada año ganasen la Champions, y no la ganan, no), jugando más de 150 partidos como ése y no sabiendo meter un grito en un corner, juntarse alrededor del balón en una falta y conjurándose para levantar un resultado que se veía, se intuía, se temía que iba a ser histórico e iba a llevarse a ellos a un infierno, el que han vivido durante todos estos días (y espera), señalados por el 90% de la hinchada.

Lo de hoy, en Sevilla, es otra cosa. Es una manera de seguir haciendo historia en el fútbol español, que no es poco. Es una manera de demostrar que se pertenece a un club único. Es una forma de salvar los muebles y cerrar una campaña con buena nota, inmensa. Es ganar el noveno doblete en 120 años de historia, que ya quisieran más de uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez y muchos más clubs del mundo. Sí. Dejemos de llorar por Anfield y ganemos.