Un partido que lo puede decidir todo

Dembélé, en el clásico

Dembélé, en el clásico

Albert Masnou

Albert Masnou

No es un partido cualquiera. Ni una final más para el Barcelona. El equipo azulgrana llega a La Cartuja después de una sequía de dos años en las que le ha pasado de todo: dejar escapar una Liga encarada, una humillación histórica en Lisboa, el cambio de entrenador, la marcha del goleador, el burofax de Messi, estrecheces económicas, lesiones graves, nuevo presidente...

Es época de inquietud en el FC Barcelona, al que un título serviría para apaciguar las aguas que aún bajan algo turbias porque, a todo esto, el club está en fase de transformación por la llegada de Joan Laporta. Es la primera vez que un presidente entra a mitad de curso y Laporta, que sabe qué terreno pisa, no ha entrado como un elefante en una cacharrería. Los cambios van llegando poco a poco. En todas las esferas del club, y en la plantilla, también se va a notar su mano. Un triunfo en la Copa del Rey supondría que este club, demasiadas veces histriónico, viva la transformación con mayor placidez, con menos nervios y más sentido común. Serviría también para que este puñado de jugadores jóvenes por los que se apuesta, empiecen a coger el hábito de ganar títulos, una exigencia intrínseca al escudo.

Sin embargo, también existe la otra cara de la moneda. Una derrota (sería la segunda final perdida esta temporada con el Athletic Club) desencadenaría una situación compleja: Sería la tercera final que pierde Laporta (Una de basket, una de fútbol sala y la Copa del Rey de fútbol), aumentaría la tensión en el vestuario y dejaría a Ronald Koeman en debilidad. En mucha debilidad porque, tarde o temprano, Laporta querrá imprimir su sello también en el banquillo. Y en su historial hay dos entrenadores (Rijkaard y Guardiola) que no eran nadie en los banquillos y que recibieron el empujón del presidente azulgrana. La apuesta, atrevida en ambos casos, no le fue mal. Pero, como decíamos, al final, todo queda pendiente de la pelotita.