La otra grandeza del Barça

Luis Suárez y Messi celebran el primer gol

Luis Suárez y Messi celebran el primer gol / EFE

E. Pérez de Rozas

E. Pérez de Rozas

Aún recuerdo las palabras de Fernando Morientes, un madridista, en la COPE: “Más allá de la bronca, que puede ser normal tratándose de un Madrid-Barcelona, me parece lamentable que el Real Madrid no estuviera en el campo en el momento de la entrega de la copa”.

       Ahora que todo el madridismo, desde el club hasta su presidente Florentino Pérez, ironiza sobre la posibilidad de que el Barça, el próximo día 23, en el clásico, no le haga el pasillo al flamante ganador del Mundialito, es bueno recordar aquel gesto antideportivo (defendido, cómo no, desde la Federación Española de Fútbol: “En la Copa sí es obligación; en la Supercopa, no”) protagonizado por el equipo, dicen, más señorial del mundo al abandonar el campo cuando le entregaban el trofeo (2011) al Barça.

       Soy partidario de que el Barça reciba al Real Madrid como el campeón que es (y se ha ganado), entre otras cosas porque igual, al acabar el partido, el conjunto de Cristiano Ronaldo se coloca a 14 puntos del de Leo Messi y, tal vez, quién sabe, no solo será aplaudido en su despedida por el señor del bigote y su hijo, sino que merecerá (en caso de victoria, claro), que los merengues le devuelvan el pasillo en su retirada al vestuario.

       Pero si hablamos de grandezas, enorme por parte del Real Madrid, tremendo su palmarés, su recuperación tras sufrir al mejor Barça de todos los tiempos y vivir colgado del mejor futbolista de la historia, si, Leo Messi, lo que no debería nadie de perder de vista es que la grandiosidad del Barça, el mismo al que se le exige ahora que rinda pleitesía al campeón mundialito, se centra, pese a su nombre Fútbol Club Barcelona, en la inmensidad de su despliegue deportivo.

       El Barça, porque así lo quiere su masa social, que es única, muy cercana a los 150.000 socios y porque lo han defendido todas sus directivas, ha querido ser siempre, además de ‘més que un club’, el gran protagonista del deporte mundial, español, por supuesto (y eso que muchos en España creen que es antiespañol). Esta capacidad de ser polideportivo (y enorme, y campeón) del Barça ha sido injustamente valorada. Gracias al Barça, las Ligas de fútbol, baloncesto, balonmano, hockey patines, fútbol sala y, desde hace poquito, el fútbol femenino, están siendo interesantes, peleadas y llamativas. Porque es el Barça quien, utilizando recuerdos que podrían ir destinados al fútbol (como hacen todos los equipos poderosos a los que se enfrenta el conjunto culé en Liga, Copa y Champions), anima esas competiciones, las hace interesantes y, a menudo, termina llevándose el título.

       Eso, que dice mucho del espíritu con el que nació, creció, se multiplicó y se mantiene el Barça, pese a lo mucho que se han disparado los precios en todos los deportes de élite, debería tener, insisto, un reconocimiento superior al que tiene.  Y es, sí, ese Barça, el que arrastra consigo, el que luce en sus espaldas mochilas de muchos otros deportes, el que estas Navidades acudirá al Santiago Bernabéu a jugar el clásico con una de las máximas ventajas que se recuerdan en la historia de la Liga, pero sin pensar en ella.   

Todos sus chicos están pletóricos, los sabios cruyffistas siguen regateándole los elogios al equipo de Ernesto Valverde ¡allá ellos!, pero el líder demostró ayer su poder y fútbol. ¡Incluso le volvieron a guindar otro golazo!