Olvidar a Quini sería como olvidarnos a nosotros mismos

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Ernest Folch

Ernest Folch

Para una generación entera del barcelonismo, el fútbol empezó con Quini. Las primeras veces que algunos veíamos el verde del Camp Nou, sentados en el regazo de nuestro padre, fueron para admirar el ‘9’ del Barça, cuando el delantero centro, más que una posición, era un cargo solemne. Quini fue antes de nada el goleador por antonomasia, nuestra esperanza de que el balón acabara de una vez al fondo de la red en unos años donde las victorias escaseaban y no se daban todavía por sentadas. Fue un jugador absolutamente sobrio, lo más lejos que se recuerda de cualquier filigrana o barroquismo innecesario, y quizás por eso encajó tan bien en el Camp Nou, al que llegó procedente de su Sporting, el club de su vida y con el que formó hasta el día de su muerte una simbiosis indisoluble: ya nunca se podrán explicar el uno sin el otro.

Quini lo hizo todo simple, efectivo y práctico, y a pesar de que era una estrella nunca se comportó como tal. De ahí que la fascinación que ejerció sobre todos nosotros se debió al hecho de que, además de un gran futbolista, fue siempre una persona intachable, sin un solo lunar: no se le conoció ni un solo renuncio, ni una sola protesta fuera de tono, ni un solo reproche a sus compañeros, ni evidentemente ni una sola muestra de divismo. Se ha dicho a menudo que fue una gran persona, pero en realidad fue mucho más que eso: fue una especie de santo en un fútbol, el de los ochenta, no precisamente fácil. Prueba de ello es el hecho que marcará para siempre su biografía, su terrible y dramático secuestro, que se produjo la aciaga noche del 1 de marzo de 1981, en la que el Barça arrasó al Hercules con sus goles con un 6 a 0. En la memoria culé esta tragedia quedó grabada para siempre e instaló en la mentalidad del club una sensación inevitable de fatalismo: el Barça terminó perdiendo una Liga que tenía muy bien encarrilada por culpa de una secuestro injusto e inexplicable. De aquella desgracia lo único bueno que quedó fue el comportamiento de Quini, que después de su liberación nunca mostró un solo ápice de rencor hacia nadie y se siguiö dedicando al fútbol, el trabajo que más amaba en este mundo, con la misma dedicación y profesionalidad que lo había hecho toda su vida. La figura mítica de Quini sintetiza ella sola una época y concentra las esperanzas de toda una generación de barcelonistas que tuvieron que esperar la llegada providencial de Cruyff para hacer justicia a los futbolistas como Quini que empezaron a abrir el camino de la gloria en la selva de los ochenta. Quini es ya historia del fútbol, del Sporting y del Barça. No te olvidaremos nunca, sencillamente porque sería como olvidarnos a nosotros mismos.