Odiar a Messi y, a la vez, vivir de Messi

Leo Messi podrá negociar, si así lo desa, a partir del 1 de enero y el PSG se posiciona en la rampa de salida

Leo Messi podrá negociar, si así lo desea, a partir del 1 de enero y el PSG se posiciona en la rampa de salida / VALENTÍ ENRICH

Ernest Folch

Ernest Folch

El último en apuntarse al carro ha sido un exagente de Griezmann: “Messi es el régimen del terror”. La semana pasada fue una secuencia descontextualizada en la que se veía a Leo caminando por el campo. La anterior fue que había perdido su capacidad goleadora y la anterior de la anterior fueron las desclaraciones de Setién. Siempre hay una excusa, un frame, una declaración o una ‘fake news’ para meterse con Messi, que no tiene ni tiempo ni ganas de ir respondiendo a cada calamidad que se le atribuye diariamente. Da igual si las desmiente una a una en cada partido y sobre el césped, porque sus detractores practican un win-win de manual: si marca goles, diremos que no corre, si corre diremos que margina a Griezmann y cuando asiste a Griezmann diremos que por qué no lleva la mascarilla del Barça, y así dale que dale, hasta la eternidad.

La ‘Messifobia’, un clásico fenómeno de odio hacia el que triunfa, tiene tres epicentros: en Argentina no se le perdona no haber ganado un Mundial y se le rebaja comparándolo con Maradona sin ninguna autocrítica sobre los sucesivos y paupérrimos combinados nacionales que se han formado a su alrededor. En Madrid, qué decir de Madrid: ha sido durante más de una década la bestia negra que había que eliminar, como ya anunció Eduardo Inda, por lo civil o por lo militar, en los medios o en los despachos de Hacienda. Y en Barcelona, donde debería haber encontrado el lógico cobijo, hay quien no le perdona sus declaraciones críticas y haberse convertido, sin él quererlo, en una especie de contrapoder a la incapacidad del poder de verdad, el portavoz involuntario del barcelonismo indignado contra una directiva que, si ha caído, ha sido también por haber provocado que el gran mito quisiera irse del club.

Cierto, son tres minúsculas minorías en un océano global de admiración y respeto, pero muy ruidosas y obsesivas, pendientes de qué gesto (o no-gesto) de Messi puede usarse y amplificarse y repetirse hasta la saciedad solo para sus intereses. Y, sin duda, no pararán hasta que Leo deje el Barça, abandone la Liga española y se retire a un monasterio, los tres por motivos opuestos y a la vez complementarios. Pero su figura, que debe derribarse como sea, es también la que, paradójicamente, les da de comer. Porque lo que se ha vuelto a poner de manifiesto estos días es que hay una industria de las ‘fake news’ alrededor de Messi, una cadena de montaje muy rentable que busca desesperadamente grietas en el ídolo (una imagen, una estadística, una palabra robada) no solo para romperle sino simplemente para explotarlo. Odiadores de Messi y, a la vez, vividores de Messi: qué paradojas tiene el fútbol. Y luego hay los que dicen conocerlo, los que saben lo que piensa y los que se hacen pasar por amigos. Porque poner la palabra Messi en una frase da fama, da prestigio, da clicks y da dinero. Este es el único y verdadero quid de la cuestión.