Opinión
¿Mordiendo la arena o alimentándose de ella?

Joan Laporta es recibido por Nasser al Khelaifi a su llegada a la reunión de la EFC, antigua ECA. / Carlos MONFORT
Roma, ciudad eterna, cuna de culturas, escenario de gladiadores... Y el miércoles, entre foros y coliseos, también sede de un abrazo… ¡el abrazo! Joan Laporta y Nasser Al-Khelaïfi fundiéndose en un gesto tan sórdido e inquietante como un guion de Quentin Tarantino o Christopher Nolan.
Sí, ese abrazo que algunos venden como una bendición y otros como una blasfemia. Porque ya se sabe: en el fútbol moderno los besos no se dan en los labios, sino en los balances contables. Motivos para celebrarlo, hay los. Primero, porque ver al presidente del PSG abrazado a Laporta es como ver a Julio César invitando a Espartaco a profiteroles con crema de Sant Josep. Inesperado, improbable, pero útil. Muy útil. Que nadie olvide que el catarí no solo lidera el PSG, también maneja los hilos de la nueva EFC, una asociación más influyente que la mismísima Ursula Von der Leyen.
Un gesto que confirma que el Barça vuelve a sentarse en la mesa del imperio y deja de alimentarse de las migajas que caían del mantel. Además, el abrazo manda un mensaje claro al poder: “Tranquilos, ya no somos el niño rebelde que quería independizarse de “Mamá UEFA”, vuelvo a casa porque se me acumula la ropa sucia, la nevera es una comuna de arañas y ya no me da para pagar el auxilio de una asistenta.
Una nave auxiliar en el océano
Y en los tiempos que corren, donde hasta para fichar un nuevo soldador en el estadi, hay que tener la aprobación de Goldman Sachs, tener la bendición de Nasser, no es un salvavidas, es una nave auxiliar en pleno océano.
Ahora bien, si giramos la moneda, el reverso brilla manos. ¿Eficaz? Sin duda, pero también incómodo, y da miedo que el abrazo a Al-Khelaïfi acabe siendo como brindar con el verdugo antes de tu ejecución.
Laporta representaba el último romántico, el defensor de nuestra esencia frente al petróleo qatarí, el garante de los valores democráticos de un pueblo, y ahora, cuesta digerir el nuevo presente. Dolió. Fue como ver a Espartaco apuntándose voluntariamente al club de campo de los patricios.
Hacerlo puede, tal vez debe, pero duele… Y ahí estamos. Y ese abrazo pueden leerlo como gusten: ¿Sumisión o supervivencia? ¿Mal necesario? Probablemente. Recordatorio cruel de que, en el fútbol de hoy, vale más el crudo que sale de un subsuelo desértico, que el césped que emerge, frondoso, de una Masia.
Roma no se construyó en un día, pero los mitos pueden derrumbarse sobre la arena en un segundo. En fin… ¡Esperemos que todo sea una táctica, que acabe muriendo el león, y el socio, en la grada, termine alzando su pulgar hacia el cielo! Alea iacta est…
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