Messi le susurra a Pedri

Messi, otra vez feliz sobre el terreno de juego

Messi, otra vez feliz sobre el terreno de juego / EFE

Emilio Pérez de Rozas

Emilio Pérez de Rozas

No deja de ser tremendo ¿a qué sí? que los dos grandes clubs de España vivan con el agua al cuello sin saber, sin intuir, sin sospechar qué ocurrirá con sus dos grandes estrellas.

No deja de ser estremecedor (bueno, sí, ya sé, se trata de fútbol, con la que está cayendo no vamos a exagerar, tiene usted razón, amigo) que ni siquiera el presidente, el ser superior, del Real Madrid, sepa si va a poder (o quiere) retener, renovar, continuar con Sergio Ramos, su buque insignia.

Ya ni les cuento lo que piensa el presidente de la gestora azulgrana, Carles Tusquets, al que se le ocurrió decir (juro que ya está arrepentido) que él hubiese vendido a Leo Messi. Estos banqueros...

Lo de don Leo, lo del señor Messi, lo del papi de Thiago, Mateo y Ciro, ya es otra cosa. Al esposo de Antonela, que ni siquiera ha podido convencerle de que se tumbe en el diván del psicólogo (¡lo bien que le iría, de verdad!), nadie le puede sugerir qué hacer. Messi sí es dueño y señor de su decisión. Leo no tiene necesidad de hablar con precandidato, candidato, presidente y, mucho menos, entrenador o director deportivo alguno para que le convenzan de lo que tiene que hacer. Messi decidirá por sí mismo sin hablar con ninguno de ellos, porque ninguno de ellos le pueden plantear algo (solución, proyecto, dinero, contrato, tiempo, estilo, estructura…) que él no tenga ya en su mente.

Las pistas que da Messi son cero. Es decir, no da pistas. Es la mejor manera de ser dueño de tu destino. Es cierto que, recordando, releyendo, martirizándonos con la lectura del famoso burofax y las declaraciones en chancletas, en el cuarto de la plancha de su mansión de ‘Castefa’, uno se puede hacer a la idea de lo que quiere Messi. Echa a faltar buenos futbolistas a su alrededor.

Y eso, ahora, probablemente es mucho más importante que hace cinco o seis años. Vamos, que cuando Leo Messi era realmente ‘D10S’, ese apodo que no quiere ni leer ni oír (perdón, lo que no quiere es que lo oigan o lean sus hijos para que no piensen que es el triángulo del ojo que todo lo puede), no precisaba, tal vez, de ayuda alguna. Leo cogía la pelota y hacía diabluras. Y, cierto, tiraba una o dos paredes y, sí, también es verdad, las paredes las tiraba con los mejores futbolistas del mundo. Por eso ganó lo que ganó. Él y el Barça. Y los otros.

El burofax forma parte de esa desolación. Es decir, de esa tesis expresada en el fútbol vulgar (pero cierta) de que yo envío balones y me devuelven sandías. DAZN suele utilizar frases estupendas de grandes estrellas del deporte mundial como pausa, como separador de programas. Hay una, cómo no, de Rafa Nadal, que me entusiasma: “No importa qué grande o enorme es tu dedicación, nunca ganas nada solo, por tu cuenta”.

Cuando Ernesto Valverde (¡ya nadie se acuerda de ti, amigo Txingurri!) colocó sobre el césped del Camp Nou a Ansu Fati, se nos abrieron los ojos a todos (perdón, mi amigo Mario Ruiz ya me había hablado maravillas de él, como me las comentó de Pedri, ¡lo juro!) y el pillo de Leo descubrió que sus balones dejaban de convertirse en sandías, ni siquiera serían melones, y que sus carreras en zig-zag encontrarían (encontraron, sí) paredes maravillosas y, no solo eso, sino que cada vez que le pusiese una de sus precisas asistencias a ese rebelde, podía ser gol. Era gol.

Pero, ahora, lesionado Ansu (¡vamos, chavalito, que el mago Cugat y su no menos maravillosa y sabia esposa Montserrat García Balletbó te van a dejar como nuevo), surge, emerge, aparece Pedri. Como el que no quiere la cosa. Con ese flequillito de japonés despistado, con ese hablar que parece un susurrar, con ese estar y no estar, aparecer y desaparecer y, sobre todo, con ese ser cuando los demás ni siquiera lo intentan, a Leo se le han abierto las puertas del cielo. No solo tiene un socio, tiene un alumno, un mensajero, un espejo, tiene un oído al que susurrarle: “Pssssss, no lo cuentes, estoy aquí, detrás tuyo, no me mires, dámela a ciegas”. Y gol.

Sería mucho suponer, es más, es una auténtica idiotez que voy a escribir en el carácter 4.644 de este texto, pero sería maravilloso que en esa reflexión que no existe, que no se produce, en la que nadie puede influir (Antonela, sí, era broma lo del diván), en la mente de don Leo, del señor Messi, del papá de Thiago, Mateo y Ciro apareciesen Ansu y Pedri, como el Tipp-Ex que borra el burofax, olvidado ya por todos ¿a que sí?

La manera en que jugó Messi en San Mamés, por cierto, La Catedral, habla de lo contento que está. Esas sonrisas, esos goles, esos postes, esos abrazos y, sobre todo, esa manera de enfadarse en el 87’ por haber regalado el segundo gol a los leones, fue la viva demostración de que ya es Leo Messi: como había fallado, se adueñó del balón en los últimos cinco minutos ¿se fijaron? Fue tremendo, y no dejó que ocurriese nada más. Hasta se fue a un córner, donde lo escondió con sus robustas piernas. Esto se ha terminado, señores, dijo en su interior. Aquí ya no se juega más. Y se acabó, sí, con otra exhibición del ‘10’… y su alumno Pedri.