Más sobre la soledad del entrenador

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- / JAVI FERRÁNDIZ

Guillem Balagué

Guillem Balagué

Hace una semana, un preparador de uno de los grandes equipos europeos le dijo a sus jugadores: “Chicos, no os puedo defender si no sois capaces de entender que hay que bajarse los sueldos”. Pero la desconfianza de estos hacia los directivos ha llegado a su máxima expresión estas últimas semanas. Además muchos agentes les sugieren que no se toquen nada hasta que se vean las verdaderas pérdidas en los clubs y los esfuerzos de estos para mantener el barco a flote. El entrenador, a todo esto, parece más que nunca el emicotono del hombre con la mano en la cara, 

Entre dos aguas. Atrapado por presiones en direcciones contrarias. Intentando analizar un fenómeno para el que ni los gobiernos más avanzados estaban preparados. Hoy, pese a que el contacto con la directiva y los jugadores sigue siendo habitual, están más solos que nunca. 

Saben todos (quizá menos el del Manchester United) que van a tener que tirar con lo que tienen y mejorarlo, recuperar cedidos, sacar chavales de la cantera. Esa es su nueva labor. No hay dinero. Por otro lado, sin perder la confianza de sus pupilos, debe convencerles que reducir el sueldo es una obligación. Además tiene que tratar con los futbolistas que acaban contrato y a los que igual ya ni quería, pero con los que hay que contar si se vuelve a jugar. Y si el que acaba contrato es el míster, la presión es añadida. 

El entrenador debe calcular los peligros y ventajas de reiniciar los entrenamientos, establecer una fórmula para devolver al equipo al máximo nivel de exigencia física y mental, pendiente de si el mercado abre el uno de julio o más tarde en busca de un intercambio de futbolistas que interese a todas las partes. Debe volver a crear sensación de grupo y de seguridad absoluta, aunque no lo habrá. Se deben expulsar las secuelas anímicas, recordar lo que estaba en juego. Hacerles creer a los suyos de nuevo que ganar es importante, conseguir que desechen la idea de que todo es un poco igual, que el fútbol es innecesario, que cuanto antes acabe esto mejor. Justo cuando por ahí fuera se resuelven cosas muy importantes.

Tiene que transmitir un liderazgo nuevo y omnipresente, plantear estrategias y decisiones de consenso que beneficien al equipo y al club. Motivar con una energía que seguramente es limitada después de lo que estamos pasando todos. Y todo ello hasta ahora sin el habitual contacto físico, y pronto con una máscara de por medio y los dos metros más distantes de la historia.