Más puntería que solidez

Messi marcó el gol del empate azulgrana

Messi marcó el gol del empate azulgrana / AFP

Jordi Costa

Jordi Costa

No cabe duda de que, para ganar la Champions, hay que ser contundente. Los entrenadores suelen decir que los partidos entre grandes equipos se deciden por detalles y es indiscutible que el Barça supo sacar petróleo del único resquicio que encontró en Stamford Bridge mientras que el Chelsea topó contra los palos cuando tuvo sus momentos. Fue lo único en que los de Valverde superaron a los de Conte.

Si tenemos en cuenta que, hace un año, el Barça salió casi eliminado del París tras ser atropellado por el rival y llevarse un 4-0, lo que sucedió ayer en Londres es para celebrarlo. Esta vez no hará falta ningún milagro para estar en cuartos. Pero el flojísimo partido del Barça invita a la reflexión para no confundir lo que destacamos como solidez con simple puntería.

Tampoco se debe confundir la posesión -el Barça alcanzó cotas superiores al 70%- con el gobierno del partido. Y eso que Valverde se aferró a su 4-4-2 de seguridad, aunque su insistencia en pegar a Paulinho a la banda despojó a su equipo de cualquier capacidad de sorpresa en ataque. Ni siquiera logró activar a Messi. Y, a la vez, con cada pérdida de balón, con cada transición defensiva, chirriaban los mecanismos defensivos barcelonistas.

A Luis Enrique se le criticó su alejamiento del estilo, el vértigo que le condenaba a la falta de control, pero dudo que el juego plano y previsible que practicó ayer el Barça esté más cerca de las maneras que lo convirtieron en la envidia del mundo. Parir el equipo con la organización defensiva como prioridad está bien, hasta que un equipo que renuncia a la tenencia del balón te saca los colores. O incluso queriéndolo, como el Eibar. Seguro que es más complicado atacar con orden para no tener que acumular efectivos en defensa. Seguro que tiene que haber un término medio. 

Y lo peor es que mientras se mantuvo el 0-0, no hubo reacción alguna del banquillo. Como si el técnico estuviera conforme con el tono del partido. Hasta el gol de Messi, el Barça sólo había marcado un gol fuera -en propia puerta, en Lisboa- en toda la Champions, y no parece casualidad. Quizás sea exagerado tildarlo de especulación, pero tanto como aceptar que el partido de ayer es suficiente fijándose sólo en el resultado.

No se puede hacer un drama de lo de ayer, porque la eliminatoria está encarada y porque hay que confiar que el Barça tomará nota y ofrecerá en la vuelta una mejor versión que le haga acreedor del billete a cuartos. Ayer lo cogió pero no lo mereció.

El impacto del entrenador y las supuestas camas

Debo admitir, porque así lo escribí, que no era optimista con el aterrizaje de Svetislav Pesic como remiendo para sustituir a Sito Alonso en el Barça de basket, pero los hechos han dado la razón a quien tuviera la feliz idea de ir a buscar al serbio cuando estaba esquiando. No únicamente eso. El triunfo del Barça en la Copa del Rey, solo dos semanas después de ofrecer sensación de desbarajuste en Vitoria, refuerza la importancia de la figura del entrenador como catalizador de la calidad. Dicen que la terapia de choque aplicada por Pesic no fue compleja: simplificar conceptos de ataque, exigir máxima intensidad defensiva y reforzar la confianza -y la felicidad, dijo Heurtel- de sus pupilos. Una receta que, probablemente, solo le hubiera funcionado a un tipo con su experiencia y carisma.

Es triste que la reacción barcelonista haya desencadenado el malestar del ayudante de Sito Alonso, que insinuó en las redes sociales que les habían hecho la cama. Al margen de la falta de elegancia, el último cuarto de la final, en el cual el Barça estuvo a punto de dilapidar 18 puntos de ventaja, demuestra que la autoconfianza del equipo le ha servido para hacer un milagro en la Copa pero no es, ni mucho menos, estable. En cualquier caso, bienvenido sea el éxito de Pesic, como el de Abelardo en el Alavés, en un momento en que el impacto de los entrenadores está infravalorado