Opinión
Marciniak, ‘uno di loro’
El fútbol, a estos niveles, no es solo un deporte, sino un entramado de intereses

Marciniak e Infantino, seguidor del Inter, mantienen una buena relación / INSTAGRAM
El Barça se quejó, y sabe mal, tarde y tibio sobre el “atraco”, como así han definido muchos barcelonistas, que perpetraron Marciniak, el del neceser del Real Madrid, y sus colegas del VAR, Dennis Hingler y Pol van Boekel, que se van turnando el ser primero y segundo de a bordo. Tanto monta, monta tanto o, como enseñaban (y deben seguir enseñando) los profesores de matemáticas, el orden de los factores no altera el producto.
El Barça se quejó mal y tibio porque, desde el mismo momento en el que supo la designación de este “trío calaveras”, debió agarrar el megáfono para denunciar lo que el entorno mediático, seguramente con menos fervor del necesario, ya aseguraba que pasaría. Y pasó. El arbitraje que sufrió el Barça en el Giuseppe Meazza, llueve sobre mojado, fue un insulto al deporte, una concatenación de decisiones que perjudicaron, una tras otra, a los intereses del equipo que más hace y ha hecho históricamente para dignificar el balón.

Marciniak en el partido de vuelta de la Champions League entre el Inter de Milán y el Barça / DANIEL DAL ZENNARO / EFE
Es difícil, prácticamente imposible, no pensar mal porque no es la primera vez y porque los precedentes, en el VAR y sobre el césped, obligan a pensar mal. Al Barça solo se le puede reprochar no haber actuado antes. Sin miedo a represalias porque cuando las hay, la queja anterior les habría acabado dando la razón. Levantar la voz después, como hizo Laporta con un vídeo al día siguiente, o Gavi, de forma más vehemente pero también tardía, acaba pareciendo, a ojos del mundo, la pataleta del perdedor.
Marciniak hizo feliz a Infantino
Tenían la razón, la tenían toda, para haber pedido un cambio en el equipo arbitral y evitar lo que pasó o, por lo menos, armarse de razones para, después, gritar “ya lo dijimos”. No al estilo Real Madrid en la final de Copa, sin ningún tipo de consistencia factual, sino con una carpeta llena de pruebas irrefutables.

Marsiniak e Infantino, amigables en la final del Mundial / TVE
Para el Inter, el equipo que lleva en el corazón el presidente de la FIFA, Gianni Infantino (dio la final del último Mundial al polaco), la designación supuso un soplo de aire fresco porque, desde el tercer minuto, con la entrada salvaje de Dimarco a Lamine, el camino hacia Múnich quedó despejado. Ahí Marciniak empezó a demostrar que era “uno di loro” y que nunca sería “uno de noi”; los de VAR, por si quedaba alguna duda, se lo pusieron muy fácil.
Y así se escribe la historia de los vencedores y los vencidos, en este caso un Barça al que, como dice mi compañero Víctor González, “por cosas como estas, el club no ha alcanzado el nivel de títulos que debería producir su nivel de juego”. El fútbol, a estos niveles, no es solo un deporte, sino un entramado de intereses económicos que acaban por convertir algo tan bello en un charco tenebroso. “Estaban cagados”, sentenció Gavi.
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