El Maradona que yo conocí el año que descubrió la cocaína

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J.Mª Casanovas

J.Mª Casanovas

La noticia de la muerte de Maradona me ha dolido en el alma, ha herido mis recuerdos y me obliga a echar la mirada atrás. Es como un revival que nos lleva cuarenta años atrás, cuando llegó a Barcelona en 1982 con 21 años. Era un niño grande. Ilusionado por triunfar en Europa. Deslumbrado por llegar a un gran club. Sorprendido por la expectación que provocó su llegada. Extrañado porque el Barça había pagado 1200 millones de pesetas por su traspaso. Allí comenzó a cambiar su vida. Descubrió la fama, la popularidad, el dinero y la noche. Un coctel explosivo al que pronto se sumarían las malas compañías. Demasiadas tentaciones para un talento futbolístico al que nadie enseñó a priorizar los objetivos.

El Maradona que yo conocí era simpático, feliz y soñador.  Había hecho el bachillerato de la calle en Argentina, su formación era escasa pero tenía la intuición de los que se han abierto camino en una infancia complicada. A Diego el Barça le vino grande, llegó antes de hora y solo consiguió dos títulos menores. La primera temporada, 1982/83, estuvo marcada por una hepatitis que le apartó tres meses de los entrenamientos. En la Liga no pasaron del cuarto lugar aunque ganaron la Copa del Rey y la Copa de la Liga. La temporada siguiente comenzó peor. El 24 de septiembre Andoni Goicoetxea  le rompió el tobillo de la pierna izquierda en el Camp Nou lo que le alejó cuatro meses del fútbol. Aquello fue el principio del final de su etapa barcelonista, con mas sombras que luces ya que en su segunda y última temporada no ganó nada. Nunca vimos al auténtico Maradona, la hepatitis y la larga lesión truncaron todas las expectativas.  El final fue convulso y polémico, con un traspaso al Nápoles que cerraba dos años de frustraciones.

Recuerdo como si fuera ayer una visita que hice a Maradona en su convalecencia de la hepatitis. Yo tenía 35 años, hacia tres que habíamos fundado el diario Sport y fui a la torre de Pedralbes donde vivía para hacerle una entrevista. Lo que vi aquel día, no lo olvidaré jamás. Mas que una casa particular, parecía un hotel. Diego estaba en una cama en el jardín, a su alrededor mas de diez personas comiendo y bebiendo a las seis de la tarde como si fuera una fiesta. Fue la primera vez que vi esnifar un polvo blanco en un rincón de la mesa de ping pong. Confieso que entonces no sabía lo que era la cocaína. Su entonces representante, Jorge Cysterpiller, se acercó y me dijo: “Solo publica lo que te diga Diego. Nada de fotos.” Muchos años después, en dos biografías escritas sin su consentimiento, se explica con detalle que fue en Barcelona por culpa de sus malas compañías cuando descubrió la droga.

Hasta todo un campeón del mundo como Menotti, tuvo que someterse a la vida de Maradona. Cansado de que llegara tarde a los entrenamientos ya que vivía de noche, decidió entrenar por la tarde y como buen argentino se invento una mentira piadosa: “Hemos decidido entrenar a la misma hora de los partidos, por la tarde, es mejor para el metabolismo de los futbolistas.” La estancia de Diego en Barcelona coincidió con la primera transmisión de un partido de futbol por TV3 el día de la inauguración de las emisiones, Barça-Osasuna. Dos días antes del 10 de septiembre del 1983, fui al campo para decirle que antes del partido le haría una entrevista en directo en el césped. “Perfecto –me dijo- pero nada de mi vida privada.”

Cuando su carrera ya iba de capa a caída fichó por el Sevilla. Era el año 1992 cuando el Barça de Cruyff había ganado la primera Copa de Europa en Wembley. Antonio Asensio acababa de lanzar Antena 3 TV y me llamó a Madrid para hablar de un proyecto. Como gran aficionado al fútbol quería incluir en la parrilla de programa del deporte rey con el hándicap de no tener derechos de las imágenes. Creamos hace veintiocho años Fórmula Futbol, el primer formato de tertulia futbolística. Y lo hicimos por todo lo alto, con dos tertulianos de lujo, Cruyff y Maradona. Los problemas que tuvimos con Diego siempre eran los mismos. Grabábamos a las ocho de la tarde y teníamos que enviar una persona a su casa a las seis para que le despertara de la siesta. Era la única forma de asegurar su presencia.

En la hora del adiós, el mejor elogio que puedo hacer del Maradona que conocí es que siempre hizo lo que quiso, para bien y para mal. En los últimos años intentó hacer las paces con su pasado para no arruinar su presente. Pero por desgracia la salud traicionó sus ilusiones y le paso factura. Querido Diego, el fútbol nunca te olvidará.