Opinión
Los luditas del VAR

Cordero Vega, durante el partido del Barça en Las Palmas / Valentí Enrich / SPO
Cuenta la leyenda que fue un tal Ned Ludd, obrero que vivía a las afueras de Leicester, quien dio el primer paso: preocupado por la industrialización de la fábrica textil en la que trabajaba, incendió varias máquinas textiles para intentar proteger el trabajo de los artesanos. De su apellido nació el ludismo, al que se sumaron todos los que creían que la tecnología iba a empobrecer a los trabajadores.
No ocurrirá lo mismo con los árbitros: no es probable que ninguno de ellos enarbole ninguna bandera o empiece alguna revolución. No habrá un ludismo arbitral, pero convendría que los propios árbitros revisen lo que el VAR está haciendo con ellos. Y con el fútbol, en general.
El último -y más escandaloso- ejemplo se vio en el partido que el Barça jugó en Las Palmas. Concretamente, en la acción del supuesto penalti de Eric Garcia; ese penalti que en realidad nunca llegó a ser, por una cuestión puramente cronológica porque en la acción anterior, dos jugadores de la UD Las Palmas estaban en fuera de juego.
Sin embargo, y en contra de toda lógica, el VAR entretuvo al árbitro de campo regalándole imágenes del balón impactando en el codo de Eric. Solo más tarde se le dijo al colegiado de campo, Cordero Vega, que en realidad una acción anterior invalidaba todo lo posterior.
¿Por qué no habían empezado por el principio? ¿Por qué el partido se detuvo cuatro o cinco minutos cuando esa duda podía haberse resuelto en 30 segundos? ¿Qué absurdo protocolo se aplica para que el VAR confunda al árbitro de campo y se produzcan esas pérdidas de tiempo, atrás y adelante, en un absurdo 'Delorean'?
Y para retorcer un poco más los argumentos: el partido tuvo ocho minutos de añadido debido a ese empeño del VAR en regocijarse en una acción que no servía para nada; ¿qué hubiera pasado si el Barça, en este caso, encaja dos goles en ese añadido?
El propio Cordero Vega intentó explicárselo al entrenador de la UD Las Palmas al final del partido. "Para que la gente lo sepa". En su voz y en su gesto había más resignación que convicción. Da la sensación de que los árbitros de campo han quedado absolutamente a merced de lo que deciden unos señores (en teoría, sus compañeros; en la práctica, parece que no tanto) que ven el fútbol a través de varias pantallas de televisión. A cámara lenta, además.
Los árbitros de campo han perdido credibilidad por culpa de un sistema que en teoría llegó para hacer más justo el fútbol, pero que también lo está cambiando, no siempre para bien: cambian los ‘tempos’ de los partidos, cambia la aplicación de las normas, cambia la capacidad del árbitro para gobernar un partido. ¿Alguien imagina a un juez de la Audiencia Nacional con un pinganillo en la oreja y pidiendo una pausa en un juicio para ir a consultar una pantalla? Sería extraño.
Nunca ocurrirá, pero es goloso imaginar qué sucedería si un árbitro de Primera división se despierta un buen día con ganas de cambiar por completo el sistema, se viste de Ned Ludd y se dedica a desmontar esas pantallas de televisión que tanta autoridad le quitan. Puestos a imaginar barbaridades: con unos alicates y un extintor tendría suficiente.
Evidentemente, nunca ocurrirá. Entre otras cosas, porque ya lo dijo en su momento el ínclito Rodrigo Rato, aquel ex ministro condenado: "Es el mercado, amigo".
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