Los locos nos robaron la final

Fuerzas de seguridad custodian la salida de seguidores de River Plate del estadio Monumental después de la cancelación del partido de la final de la Copa Libertadores entre River Plate y Boca Juniors en Buenos Aires (Argentina).

Fuerzas de seguridad custodian la salida de seguidores de River Plate del estadio Monumental después de la cancelación del partido de la final de la Copa Libertadores entre River Plate y Boca Juniors en Buenos Aires (Argentina). / JAVIER GONZÁLEZ TOLEDO - AFP

E. Pérez de Rozas

E. Pérez de Rozas

Podríamos, sí, hablar de ese Real Madrid que, de pronto, ha perdido, dicen, el ángel de Solari, ahora que tiene contrato hasta el siglo que viene. Podríamos, sí, hablar de ese timo que es el ‘caso Sergio Ramos’, a quien cada día que pasa se le notan más los colores del carro del helado con el que le han pillado a él y al equipo médico habitual del Real Madrid.

Podríamos, también, escribir de ese fútbol sin fútbol que protagonizaron esos dos equipazos, plagados de enormes futbolistas, en el Wanda Metropolitano, recordando siempre que el Atlético jugaba en casa y, digo, estaría más (o igual) de obligado a jugar bien e intentar ganar. Podríamos, cómo no, hablar de ese Sevilla que se ha puesto líder (aupado en el VAR), cuando resulta que nada más llegar allí el bueno, el excelente, Machín, maestro de profesión, ya querían despedirlo porque estaba loco jugando con la estrategia que jugaba, mira, la misma que, por fin, ha mantenido el Girona, y así le va.

Y, por supuesto, podríamos escribir del Espanyol, que estaba lamiendo el liderato y, de pronto, pierde en casa de forma muy visible (encajó dos goles en tres minutos, iniciales) y lastima su extraordinaria temporada en el momento menos adecuado. Pero ¡ojo, siguen siendo quinto! Podríamos, claro que sí, escribir, esta vez muy llamativas, de las pifias del VAR, que, como estaba más que probado y demostrado, no iba a solucionar todos los problemas del fútbol, aunque, insisto, sí añade justicia (por lo general) al juego, al fútbol, a los campeonatos.

Podríamos escribir para animar, por supuesto, para desearle lo mejor, para pedirle que vuelva a creer, a confiar, a pelear, a Rafinha, que ha vuelto a sufrir otra lesión grave, seria. Te esperamos, amigos, enorme pelotero. Pero, cómo no, de lo que tenemos que escribir, hablar y lamentar, casi llorar, porque miles y miles de burros seguidores de ambos conjuntos (esta vez, especialmente los del River), un país caótico, casi en ruinas, un Gobierno que no sabe gobernar, ni ofrecer seguridad alguna a sus ciudadanos, nos han robado la final de las finales. A saber cuándo veremos esa final. E, incluso, si la veremos.

Lo gordo no es eso, lo gordo es que, dentro de cinco días, se cita ahí, en Buenos Aires, el G20, que, si se lo pensasen un poquito, no irían. Y es el mundo ha descubierto este fin de semana que la barbarie se apoderó de buena parte de Buenos Aires. No es de extrañar, no, que Patricia Bullrich, ministra de Seguridad argentina, recomendase, hace una semana, a los ciudadanos de Buenos Aires que abandonasen la ciudad durante la cumbre de los más grandes países del mundo. Es evidente que si no han sido capaces de ofrecer seguridad a un partido de fútbol, solo eso, un  partido de fútbol y convertir en un lugar seguro cinco manzanas, cómo van a ofrecer seguridad a los más altos mandatarios mundiales.

Como escribió el bueno de Gabriel Batistuta, uno de los grandes, enormes, futbolistas argentinos, “preparado para ver el partido y tengo que vivir, una vez más, delante de mis hijos un espectáculo desagradable. Hasta cuándo. Otra oportunidad más pérdida delante del mundo entero, que nos observa. Vergonzoso. Lamentable”.

“Pasó porque nos ganó el monstruo que llevamos dentro. Pasó porque se impuso el que no entiende nada de nada. Pasó porque así somos. Vivos. Criollos. Argentinos. Y todo nos pasa por eso. Por argentinos”, escribió Francisco Schiavo en el rotativo ‘La Nación’, de Buenos Aires.