Lo que me queda en el convento

Josep Maria Bartomeu, en una imagen de archivo

Josep Maria Bartomeu, en una imagen de archivo / sport

Ivan San Antonio

Ivan San Antonio

La sensación es de cuentra atrás, de ganas de acabar, de irse y no mirar atrás. Lo de Bartomeu y el club que deja son los últimos kilómetros de una maratón: hay ganas de dejarlo y razones no faltan para ello porque duelen hasta las uñas, pero, ya que estamos aquí, vamos a cruzar la línea de meta, esos seis años de un mandato grotesco en el que lo más grande fue el triplete de 2015, un mes antes de salir elegido.

Bartomeu llegó al club en 2003 con 40 años, como vocal y directivo responsable de las secciones. Se irá, si la moción (ahora hay que llamarle voto) de censura no dice lo contrario, como presidente y a los 58 años. Dieciocho de los mejores años de su vida, parafraseando a Laporta, los ha pasado en los despachos del club, mandando mucho en los últimos siete. Bartomeu es un superviviente que disfruta sobreviviendo, que se alimenta de mociones, críticas, artículos insultantes y tuits ofensivos. Lo convierte todo en canas que llevarse de recuerdo sin despeinarse. Asume lo que le toca como presidente y, desde hace un tiempo, demasiado, asume también las críticas que debería recibir un vicepresidente deportivo, un director deportivo o un secretario técnico al que convirtió en marioneta hasta que pidió irse para volver a ser persona. El ‘Barçagate’ le provocó un ligero cosquilleo que le pintaba una sonrisa, las finanzas del club no le quitan el sueño más allá de los avales personales y el intento de fuga de Messi lo disfrutó con los pies apoyados sobre la mesa, sin mover ni una pestaña. Quienes le quieren ver fuera deberán esperar unos meses más porque Bartomeu, cuyo último triple mortal con tirabuzón es colocar a una leyenda en el banquillo como técnico interino, no sufre.  Bartomeu llegó por su propio pie y se irá cerrando él la puerta.