Las estrellas de la F1 se apagan tanto como la Liga

La escudería Williams cambia de manos.

La escudería Williams cambia de manos. / Williams F1

Josep Lluís Merlos

Josep Lluís Merlos

Hubo un tiempo que a la Liga la acompañaban del calificativo “de las estrellas”. Hoy, sin CR7 o Neymar, y con un Messi con las maletas en la puerta del ascensor, los últimos resultados internacionales del fútbol español demuestran que este campeonato ha lijado excesivamente una patina brillante que parece haberse transformado en oropel.

El esplendor de sus dos más grandes franquicias -el Barça y el R.Madrid- ha perdido también cierto lustre, y criticar el modelo de su fútbol -antaño vistoso y hoy más bien anodino- está de moda. Mal asunto cuando las más grandes instituciones son cuestionadas ahora con tal intensidad. Con la F1 pasa lo mismo. Recientemente comentábamos que Williams ya no pertenece a la familia que lo fundó, y su último título lo ganaron en 1997, con Jacques Villeneuve. De eso hace ya mucho, y la verdad es que no se divisa en el horizonte la posibilidad de que puedan volver a hacerlo.

Qué decir de McLaren y su errático deambular por el campeonato desde que su timón ya no lo maneja Ron Dennis, defenestrado del equipo por los accionistas en 2016 tras 35 años al frente del mismo. Hamilton fue el último piloto capaz de ganar un título con ellos en 2008, no ganan un Gran Premio desde 2012 (con Jenson Button en Brasil), y su último diploma del mundial de constructores se remonta a 1998. Los últimos tiempos han sido tormentosos en el seno de los de Woking. No nos remontaremos a la guerra civil que se vivió en su interior en 2007 cuando coincidieron Hamilton Alonso en su box. Pero el decepcionante segundo período de su historia con Honda (de 2014 a 2017) hizo que el equipo tocara fondo, y que su posterior asociación con Renault vigente en la actualidad apenas ha rentado algunos esporádicos brotes verdes en forma de dos podios.

Esta temporada parecía que McLaren podía remontar el vuelo, pero algunos fallos muy decepcionantes -especialmente en el coche de Sainz- han vuelto a hacer sonar el despertador del equipo para sacarle de su ensoñación y situarle en la triste realidad que es hoy en día. Puede que Zak Brown, su máximo directivo, sea un genio del márketing, pero en lo deportivo ni Gil de Ferran ni Andreas Seidi han conseguido devolver a la formación naranja en el rol que se supone le debería corresponder. Los fallos en la gestión de la temporada de Sainz son clamorosos. Primero con la sucesión de pit-stops erróneos del inicio de la campaña, y la semana pasada con el intento de mentir sobre el origen de su avería en la vuelta de formación, diciendo que se trataba de un problema con los escapes cuando luego el español nos reveló un fallo en un pistón. Y no hablemos ya de las dos últimas 500 Millas con Alonso.

Aunque lo hacen, solo los desconocedores de la realidad empresarial que es la F1 se atreven a “denunciar” un supuesto trato beneficioso a Norris, dado que Sainz estará el año próximo en Ferrari, donde los intrigantes de guardia ven una mano negra en el trato con el desquiciado Vettel, otro que modificará el destino de su vida en 2021. Nadie en ningún equipo de F1 trabajaría en contra del interés común que supone el éxito colectivo, que es la indudable garantía de la subsistencia futura aportada por la mayor cantidad de puntos conseguidos posible. Y si lo de Williams y McLaren entristece, lo de la Scuderia ya es de traca.

El domingo pasado por primera vez en 15 años se quedaron sin puntuar en un GP. Que los grandes coliseos deportivos hayan cerrado sus puertas al público a causa de la pandemia del Covid-19 está salvando a muchos dirigentes deportivos de unas pañoladas más que merecidas por parte de la afición. Binotto se librará de ella en un silencioso Monza. Cuenta alguien con tanto saber de la historia del automóvil como José Miguel Vinuesa que cuando Enzo Ferrari vio su última carrera, la enfermedad que sufría le hizo dormirse. Al despertar preguntó ansioso si los Alfa Romeo habían superado a sus coches. Era 1988, y los del trébol hacía ya tres años que se habían retirado como equipo. En Spa, el domingo, superaron a los del cavallino rampante. El Comendattore, hoy, quisiera no volver a dormirse, pero para no vivir la pesadilla que es actualmente Ferrari. Incluso Mattia Binotto considera que Ferrari puede tardar años en recuperarse de la oscura situación en la que se halla inmersa en la F1. Un drama.

Es cierto que en la F1 el éxito -y el fracaso- se produce por ciclos. Pero los dos últimos, con la era Red Bull del 2010 al 2013, o la posterior protagonizada por Mercedes hasta la actualidad, están siendo más largos de lo habitual. O, cuanto menos, se nos están haciendo muy largos. Ni los de las bebidas energéticas ni los de la estrella son equipos con pedigree, aunque sean la evolución de antiguas formaciones participantes en el campeonato. No tienen la herencia de Ferrari, McLaren o Williams. Pero ahí están, provocando que su dictadura parezca más larga y férrea incluso, y consiguiendo que -como en la Liga- las franquicias con más historia estén siendo férreamente cuestionadas.

Es el triunfo de las escuderías-estado, de los equipos de nuevo cuño, de las empresas con más presupuesto. Porque fundamente son eso: empresas. Es como si el PSG hubiera tumbado al Bayern en la final de la Champions. El triunfo de una empresa sobre un equipo. Mal vamos.