Koeman y los once coreanos

Ronald Koeman sobre el césped del Ramón Sánchez-Pizjuán

Ronald Koeman sobre el césped del Ramón Sánchez-Pizjuán / AFP

Javier Giraldo

Javier Giraldo

La historia de Corea del Norte en el Mundial de 1966 fue curiosa: llegaron al torneo como completos desconocidos, perdieron su primer partido por 3-0 y cuando todo el mundo les daba por muertos, ganaron a Italia en el partido decisivo de la primera fase. Lo hicieron desplegando un fondo físico envidiable, demasiado para los italianos, que les veían pasar como centellas.

El partido acabó 1-0. Allí nació una de las grandes leyendas urbanas de la historia del fútbol: los italianos justificaron la derrota asegurando que como los coreanos eran tan parecidos, su entrenador los había sustituido a todos al descanso, simplemente cambiándoles las camiseta, y que por eso eran capaces de correr tanto. Nadie lo pudo demostrar y Corea del Norte se plantó en cuartos de final, donde estuvo a punto de cargarse a Portugal. Solo Eusebio pudo frenarlos.

Nunca se supo si el seleccionador coreano había cambiado a sus once jugadores, pero ayer en el Pizjuán dio la sensación de que Koeman sí logró cambiar de golpe la mentalidad y el rumbo de su equipo: no fue solo la táctica, que también, sino sacar la mejor versión de futbolistas como Dembélé, Mingueza o Dest, futbolistas que lo estaban pasando mal, con un rendimiento a la baja, y que en Sevilla dieron un enorme paso adelante.

También Busquets recuperó ayer ese aire de futbolista imperial que parecía haberle abandonado. Como si Koeman los hubiera cambiado al estilo de los coreanos de 1966; una camiseta nueva y a jugar.

Obviamente, Corea del Norte no ganó aquel Mundial. Pero compitió con dignidad y se llevó el aplauso del público. Es probable que el Barça tampoco gane ningún título esta temporada, pero si compite como ayer, se habrá merecido de sobra el aplauso del público.