Opinión

Grave peligro de autocomplacencia versión 2.0

Valverde, dubitativo durante el partido

Valverde, dubitativo durante el partido / AFP.

El 7 de mayo de 2008 murió definitivamente el Barça de Rijkaard tras caer estrepitosamente por 4 a 1 en el Bernabéu, tras varios meses arrastrándose y sin rumbo. La decadencia de aquel equipo se bautizó con el término de la “autocomplacencia”, en referencia a un grupo que había perdido el hambre de ganar después de subir a lo más alto. Es inevitable que la afición culé haga ahora el paralelismo con aquel momento tras ver los severos batacazos que ha sufrido el equipo desde Anfield, y que se repiten como una fotocopia desde entonces.

La pájara ante el Levante es solamente el último exponente de las desconexiones que tiene el equipo, derivadas de un patológico afán de dosificarse. Da la sensación de que algunos jugadores juegan con la calculadora en la mano, pensando en cómo ahorrar energía, y da la sensación de que tanto el técnico como los jugadores tienen dificultades por emprender una autocrítica sincera sobre lo que realmente le sucede al equipo. Lo grave no es tener problemas sino no afrontarlos, y por lo visto en las últimas semanas parece que el Barça tropieza siempre en la misma piedra con el resultado en contra (Bilbao, Pamplona, empate en Dortmund y Levante) y con el resultado a favor (Inter, Sevilla, Slavia), sin que se haya hecho un ejercicio real para intentar corregir las anomalías.

Cuando uno hace exactamente lo mismo, padece, como se ha visto, las mismas consecuencias. Es evidente que el Barça ha perdido voracidad, y la pérdida del hambre es la antesala de la tragedia en el deporte profesional. La buena noticia es que la crisis llega con el equipo líder, todavía en el mes de noviembre y con mucho margen de mejora. Pero sobrevuela una sombra sospechosa de autocomplacencia en versión 2.0. Y ojo, porque cuando llega el virus de la autocomplacencia la culpa se reparte equitativamente entre directiva, entrenador y jugadores. Es decir, no se salva nadie.