Aquel flechazo del 92

Un momento de la espectacular ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona’92

Un momento de la espectacular ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona’92 / ARCHIVO EL PERIÓDICO

Emilio Pérez de Rozas

Emilio Pérez de Rozas

Todos aquellos que, por una u otra razón, viven marcados por los aros olímpicos, pasan las horas previas a la inauguración de los Juegos de Tokio con una extraña sensación de desolación y, sobre todo, lamentando que el acontecimiento más grande de la historia tenga que celebrarse en condiciones tan extremas que ni siquiera cuenten con público y, encima, amenazado por la pandemia del covid-19.

Hace ahora, hoy, 29 años, los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, sin duda, los mejores de la historia, vivían momentos de nerviosismo e incertidumbre, no por los mismos motivos que Tokio 2020, ¡ni mucho menos!, sino por la sensación que tienen todos los organizadores de que se lo jugaban todo en la ceremonia inaugural. Tokio’20 se pondrá en marcha hoy al mediodía y Barcelona’92 cumplirá, el próximo domingo, 29 años de su histórico y ya mítico (e inigualable) flechazo olímpico.

No deja de ser curioso y admirable que muchos, muchos, muchos de los protagonistas de aquellos Juegos del 92 sigan diariamente unidos por whatsapp. Aquellos Juegos no solo fueron los mejores de la historia en todo sino que sirvieron para transformar una ciudad, Barcelona, que muchos consideran ahora maltratada por sus gobernantes, y marcar una manera de hacer que fue imitada y ensalzada por el Comité Olímpico Internacional (COI), pues significó un modelo a seguir con el que se demostró que los Juegos pueden ser una palanca de transformación única para la ciudad que los alberga.

El whatsapp que une los ‘coobitas’ dirigidos, en su momento, por Josep Miquel Abad lleva días echando humo pues todos ellos, todos, sufren en sus carnes y pensamientos la desazón que están pasando los organizadores japoneses. “Yo, la verdad, no soy capaz de ponerme en la piel de ellos”, cuenta Montse Solsona, responsable de comunicación en aquellos años y la persona que mantiene vivo, junto a decenas de compañeros, la conexión entre los ‘coobitas’.

Solsona, que ha trabajado con empresarios y profesionales japoneses, está convencida de que lo están pasando horriblemente mal “porque ellos, como todo el mundo sabe, son tremendamente meticulosos, estrictos, perfeccionistas, educados y vivir pendientes de algo que, como se ha demostrado en todos los rincones del mundo, es dificilísimo de controlar como es esta horrible pandemia, les debe tener realmente inquietos y descolocados. Lo único que puedo desear es que ojalá les salga bien todo lo que se proponen, pese a que serán unos Juegos muy diferentes a los planeados”.

Josep Roca, uno de los’coobitas’ más activos y una de las manos derechas de Abad en aquellos días, reconoce que la unión de muchas de las personas que organizaron los Juegos barceloneses sigue siendo tremenda. No solo mantienen constantes contactos vía móvil sino que se citan muy a menudo, normalmente en el restaurante vasco Taktika Berri, para compartir momentos y recuerdos maravillosos que, 30 años después, bueno, 29, siguen siendo inigualables.

“Y, sí, la verdad, últimamente solo hacemos que lamentarnos por los momentos que están viviendo nuestros colegas japoneses pues, aunque hayan pasado ya tres décadas, los temores, las incertidumbres, las dudas, la sensación de ¿nos saldrá redondo?, ¿lo haremos bien?, ¿qué nos fallará?, sigue siendo la misma porque estas siendo observado por cientos de millones de personas y, sí, todo empieza con la ceremonia inaugural. Si la ceremonia es un éxito, los demás sale rodado”. Abad ya ha hablado demasiado de aquellos Juegos y sigue lamentando que su amigo del alma, Pasqual Maragall, no pueda disfrutar de los recuerdos que disfrutamos todos. “Pasqual nunca le falló a su ciudad ni a su proyecto emblemático. Pasqual fue un escudo infranqueable para los muchos intentos que hubo de desestabilizar al comité, de romper un bloque, muy bien engrasado, que si llegó hasta el final y pudo disfrutar del éxito fue porque él impidió que se rompiese o lo dinamitasen desde fuera”.

Si le pides a Abad que recuerde un momento de aquellos años duros, de los años previos al flechazo, siempre señala el mismo. Los días en que el sueco Gunnar Ericsson, el ‘hombre de negro’ del COI, visitaba Barcelona para hacer el seguimiento de las obras. “Recuerdo que lo subía al castillo de Montjuïc y, señalándole la ciudad, le decía: ‘Mira, Gunnar, aquí tendremos la Villa Olímpica’. Y ‘aquello’ eran fábricas echando humo, el tren circulando por la costa, una playa lamentable… Y Gunnar me miraba y me decía: ‘José Miguel no me digas eso, si solo os quedan cinco años...’. Y tenía razón, pues yo también pensaba: ‘¡Dios, lo que nos queda! ¡Madre mía!’. Pero creía, mucho, creía en todos nosotros y, sobre todo, en el esfuerzo colectivo. Por eso uno de los momentos más maravillosos de aquella película fue cuando, pocas semanas antes de la inauguración, volví a subir a Gunnar a Montjuïc. ‘Mira, ¡qué te dije!, ahí tienes tu Villa Olímpica’. Y aquel pedazo de sueco se emocionó, y mucho. ‘Esto que habéis hecho es un milagro’, me dijo entre sollozos, muy, muy emocionado. Yo, también, sí, claro. Tengo buena memoria para esos instantes y los anteriores, aquellos en los que decía: ‘¡Madre mía, lo que nos queda aún por hacer!’.