La final soñada por los otros

El Liverpool se alza con la Copa de Europa de Campeones al ganar el último partido de fútbol de la Liga de Campeones de la UEFA entre el Liverpool y el Tottenham Hotspur en el Estadio Wanda Metropolitano de Madrid.

El Liverpool se alza con la Copa de Europa de Campeones al ganar el último partido de fútbol de la Liga de Campeones de la UEFA entre el Liverpool y el Tottenham Hotspur en el Estadio Wanda Metropolitano de Madrid. / Paul Ellis (AFP)

E. Pérez de Rozas

E. Pérez de Rozas

Yo, insisto, el fútbol sigue siendo el único deporte injusto. Para muchos demasiado injusto. Para casi todos sus fans, demasiado justo. La final de la Champions, que todos hubiésemos soñado que fuese un apasionante Barça-Ajax, por aquello de los amores a Johan Cruyff (amores justos y necesarios, tratándose de fútbol) fue un nuevo duelo de perdedores (porque el gran triunfador allí, en las islas, es el Manchester City de Pep Guardiola) entre Liverpool y Tottenham.

Fue ¿verdad? una final casi horrible. Mala, mala. Ya, sí, las finales se ganan, no se juegan. Vale, pero en un año donde le han caído patadas y chuzos de punta al Real Madrid, al Barça, al propio City, a la mismísima Juventus, que ha terminado pagando, cómo no, su exquisito entrenador Allegri, donde han quemado medio Bayern de Munich (pese a ganarlo todo en Alemania) y, por supuesto, han seguido ridiculizando al PSG de Neymar y Mbappé, uno y ustedes ¿a qué sí? se esperaba mucho más de ese fútbol tan dinámico, musculoso y agresivo que representan los equipos de Klopp y Pochettino.

Pero no. Fue una final donde, a los 25 segundos ¿verdad? quedó demostrado que ni los mejores árbitros europeos ni las competiciones internacionales aclaran sobre qué es y no es penalti, si hay mano que viene de rebote o es mano y punto. No es hora de discutir pero, como escribimos siempre, ¡anda que pitar ese penalti a los 25 segundos de una final tiene valor, mucho valor! Y, encima, decidió la contienda y, lo que es peor, hasta el desarrollo de la finalísima, que, a partir de entonces ¡25 segundos!, se convirtió, digámoslo, en un tostón especulativo.

No digo, no, que Barça y Ajax lo hubiesen hecho mejor. Más vistoso, fijo. Es evidente que ni Barça ni Ajax tienen tres delanteros como Salah, Mané y Firmino, que defienden más que atacan. O eso hicieron en el precioso e inconmensurable Wanda Metropolitano (¡felicidades colchoneros por ese gran escenario!). Pero, desde luego, hubiésemos visto cosas más hermosas. No sé para quien será el Balón de Oro, pues Salah no se lo ganó, no. Habrá que esperar la Copa de África o, quien sabe, la Copa América.

Una cosa quedó clara en esa final. Si el fútbol le debía una Champions a Klopp, gracioso y eficaz entrenador, que ha tardado un montón de años en ganar algo importante con su rico Liverpool, ahora le debe una al bueno de Pochettino, que, con lo puesto, se plantó en la finalísima y, encima, tuvo las mejores oportunidades del partido. Como siempre, como hizo en los partidos que le llevaron hasta el Wanda, en los últimos 15 minutos.

Pero ahí, vaya, emergió un portero tremendo. Ya tiene narices que, ahora, los buenos porteros sean brasileño, cuando nunca tuvieron ninguno. Y, sí, Alisson, mira ni Salah ni ManéAlisson, le concedió la ‘orejona’ a Klopp, quién lo iba a decir. Fue la defensa, perdón, el portero, el que hizo campeón a ese simpático hombre y no su sistema, ni su listeza, ni su divertido porte, ni su carisma. Alisson, con siete paradones, que, como poco, merecían una prórroga para la tribu de Pochettino.

Ni fue la final de nuestros sueños, no, pero sí fue la final que dejó sin dormir al Real Madrid, al Atlético (no, no, no me olvido de él, pues también el fútbol le debe una ‘orejona’), al Barça, al City, al Bayern, al PSG, a la Juve…a Messi, a Cristiano, a Guardiola. Pero fue la final que demuestra que cuando uno pierde, como Klopp y su vigoroso Liverpool, ha de levantarse, seguir peleando y, 12 meses después, más de un embarazo, parir un trofeo que sabe a gloria.