La exigencia no es igual para todos

Alavés

Alavés

Jordi Cruyff

Jordi Cruyff

Mi primer año en el Alavés coincidió con un momento de ensueño para Vitoria. La buena temporada del fútbol y el baloncesto tenían a la ciudad en una nube. Es uno de los más gratos recuerdos que guardo en la memoria de mi carrera. Sobre todo, por tratarse de algo inesperado. Cuando has pasado por equipos como el Barça y el Manchester United, asumes como ‘normal’ que estos clubes compitan por títulos. El nivel de exigencia no baja el listón y no existe margen para el fracaso.

En un Alavés, cualquier momento superior a las expectativas se disfrutaba como un gran acontecimiento. Para mí también supuso disfrutar de una manera muy cercana de la unión entre afición y equipo, hasta el punto de poder compartir alguna caña en un bar. Y el compañerismo de puertas para dentro fue clave para el éxito, había un feeling muy especial entre futbolistas, pasando por cuerpo ténico, médicos, fisios o utilleros. Éramos una auténtica cuadrilla, como se suele decir en el País Vasco.

Me di cuenta de que yo era mucho más feliz sintiéndome importante en un club más humilde que siendo un numerito más en el póster de un equipo grande. También tuve la suerte de encontrarme con un entrenador como Mané, que me dio tiempo para que me volviera a sentir futbolista de nuevo, después de años en Inglaterra en los que apenas era uno más en la plantilla, no un primer espada. En Vitoria tuvieron conmigo la paciencia que necesitaba.

Disfrutamos también del aliento de todo un país que vio crecer sus simpatías hacia un equipo pequeño que se plantó en una final europea contra todo un Liverpool. Ese Glorioso tiene un lugar especial en la memoria de los futboleros y es algo que sigo percibiendo a día de hoy. Y ha vuelto a ser muy emotivo revivir ese recuerdo coincidiendo con el centenario del club el pasado sábado.

Cuando vi al Athletic de Bilbao celebrar su victoria en la Supercopa contra el Barça, me hizo recordar también ese sabor especial con el que se vive el fútbol en el norte de España. Venían de una crisis que en cuestión de días se diluyó con la llegada de Marcelino y la explosión de júbilo sobre el césped, con cántico y trompeta, me pareció el reflejo de un equipo que, a diferencia de un grande como Madrid o Barça, vive bajo una presión mediática más reducida que le hace competir como si no tuvieran nada que perder. Estamos hablando de mentalidades totalmente opuestas, pero totalmente lógicas. Vivir en un club de élite no te permite bajar la guardia. En un humilde o clase media, saboreas el éxito como algo único y esporádico.

Por eso los altibajos del Barça están suponiendo un trago duro. En una semana se ha pasado de perder la Supercopa, sufrir para superar en Copa contra el Cornellà y una victoria contra el Elche que da algo de aire en liga, con la buena noticia de un De Jong que parece que ha dado un paso adelante en el último tercio del campo, aunque el equipo no ofrece las mejores sensaciones. Como vengo diciendo hace tiempo, toca asumir que la travesía de esta temporada se hará larga. Porque la exigencia de un grande ni siquiera te permite recuperar la memoria de los días de gloria.

ME GUSTA: La lección de humildad de Jürgen Klopp a un juvenil. La anécdota, rescatada por Lovren, me parce una forma brutal de recordar a un chaval que la casa de su carrera no se construye por el tejado. El técnico alemán le sacó los colores por llegar al entrenamiento con un Rolex y un Mercede con una genial ocurrencia: “¿Cuántos partidos tienes en primera?”. Chapeau!

NO ME GUSTA: Ocho partidos a domicilio encadenados del Barça. Tiene razón Ronald Koeman en su frustración. El conjunto azulgrana realizó ayer su séptimo desplazamiento en su partido contra el Elche y es natural que ese desgaste pase factura al jugador. Y mas en estos tiempos complicados de pandemia, con protocolos estrictos en los viajes.